(8-17) El Apóstol felicita a los romanos por el buen informe que había escuchado de ellos. Durante mucho tiempo había deseado sinceramente visitarlos en persona. Sí, incluso en Roma debe predicar el evangelio, del cual no se avergüenza, sino que se enorgullece. Está lleno de nada menos que la salvación misma tanto para judíos como para gentiles. En él se revela ese gran plan o plan de Dios por el cual el hombre es hecho justo delante de Él.


Para el lector moderno que no se esfuerza por entrar en la mente del Apóstol, el lenguaje de estos versículos puede parecer demasiado agudo para la ocasión. No es fácil darse cuenta de la intensidad con la que San Pablo sintió sobre lo que en algún grado, por pequeño que fuera, afectaba la vida espiritual de quienes reconocían al mismo Maestro que él. Tenía algunas de esas pequeñas distracciones que tenemos nosotros.

Toda la fuerza de su naturaleza rica e impresionante estaba concentrada en este único tema; y sus expresiones reflejan el estado de tensión en el que se sentía. Así es como toman una solemnidad y seriedad que no alcanzaría una correspondencia ordinaria.

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