verso 1 Tesalonicenses 2:5Palabras halagadoras... Aunque proclamamos el Evangelio o las buenas nuevas, mostramos que sin santidad nadie debe ver al Señor.

Vosotros sabéis... Que mientras predicamos todo el Evangelio, nunca dimos ninguna aprobación al pecado.

Por un manto de codicia... No buscamos ganancias temporales, ni predicamos el Evangelio como un manto para nuestra codicia: Dios es testigo de que no lo hicimos; os buscamos a vosotros, no a los vuestros. Oíd esto, los que predicáis el Evangelio. ¿Podéis llamar a Dios testigo de que al predicar el Evangelio no tenéis otro fin en vuestro ministerio que su gloria en la salvación de las almas? ¿O entráis en el sacerdocio por un bocado de pan, o por lo que ominosa e impíamente se llama un sustento, un beneficio? En tiempos mejores vuestro lugar y oficio se llamaba cura de almas; ¿qué cuidado tenéis de las almas de aquellos por cuyos trabajos estáis en general más que suficientemente sostenidos? ¿Es tu estudio, tu trabajo serio, llevar a los pecadores a Dios; predicar entre tus feligreses paganos las riquezas inescrutable de Cristo?

Pero debo hablar a los miles de personas que no tienen parroquias, pero que tienen sus capillas, sus congregaciones, alquileres de bancos y asientos, etc. ¿Es por esto que habéis entrado o continuáis en el ministerio del Evangelio? ¿Es Dios testigo de que, en todas estas cosas, no tenéis ningún manto de codicia? Dichoso el hombre que puede decir eso, ya sea que tenga la provisión que la ley del país le permite, o que viva de las ofrendas voluntarias del pueblo.

El obrero fiel es digno de su salario, pues el buey que pisa el maíz no debe ser amordazado, y los que predican el Evangelio deben vivir, no enriquecerse, del Evangelio. Pero ¡ay de aquel hombre que entra en el trabajo por el salario! no conoce a Cristo; y ¿cómo puede predicarlo?

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