Versículo 11. Hacia el atrio interior. Ya hemos visto que los soberanos persas gozaban del más alto grado de majestad, incluso asumiendo honores divinos. Ningún hombre o mujer se atrevía a presentarse sin velo ante ellos, sin poner en peligro su vida; en la cámara interior del harén no entraban nunca más que el rey y la mujer que él había escogido para llamar allí. Ni siquiera sus cortesanos o ministros se atrevían a presentarse allí; ni la más amada de sus concubinas, a no ser que fuera conducida por él mismo u ordenada a venir a él. Aquí estaba la dificultad de Ester; y esa dificultad aumentaba ahora por la circunstancia de no haber sido enviada al lecho del rey durante treinta días. En el último versículo del capítulo anterior encontramos que el rey y Amán se sentaron a beber. Es muy probable que este hombre malvado se hubiera esforzado por desviar la atención del rey de la reina, para que su afecto fuera menor, ya que debía saber algo de la relación entre ella y Mardoqueo; y, por consiguiente, la consideraba como una persona que, con toda probabilidad, podría obstaculizar mucho el cumplimiento de sus designios. No puedo dejar de pensar que él había sido la causa de que Ester no hubiera visto al rey durante treinta días.

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