CAPÍTULO XXI

El profeta continúa denunciando el destino de Jerusalén y

Judea; usando signos de dolor vehemente, para denotar la grandeza

de la calamidad , 2-7.

Luego cambia el emblema por el de una espada afilada y brillante,

denotando todavía el mismo triste acontecimiento , 8-17;

y, haciéndose aún más explícito, representa al rey de

Babilonia, que iba a ser empleada por Dios en esta obra, como escenario

para vengarse tanto de los judíos como de los amonitas, porque

uniéndose a Egipto en una confederación contra él. Él es

descrito como de pie en la bifurcación de los caminos que conducen a

las respectivas capitales de los judíos y amonitas; y dudando

si atacar primero, encomienda la decisión del asunto a

sus artes de adivinación, realizadas mezclando flechas inscritas

con los nombres de las diferentes naciones o ciudades, y luego

marchando contra aquel cuyo nombre estaba escrito en la flecha primero

sacado de la aljaba. En este caso el nombre Jerusalén salió

de primera; y por tanto procede contra ella , 18-24.

La historia misma difícilmente podría ser más explícita que esta

profecía. El príncipe profano Sedequías, como entonces declaró ser

entregado por Dios, y su reino consagrado a la destrucción total,

por el incumplimiento del juramento del que el profeta predice que

debe ser culpable , 25-27.

Los versículos restantes forman una profecía distinta relacionada con la

destrucción de los amonitas, la cual se cumplió como a cinco

años después de la destrucción de Jerusalén , 28-32.

NOTAS SOBRE EL CAP. XXI

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad