Versículo 39. Venid y ved... Si los que no conocen la salvación de Dios vinieran a la orden de Cristo, pronto verían que con él está la fuente de la vida, y en su luz verían la luz. Lector, si te preguntas seriamente dónde habita Cristo, toma lo siguiente como respuesta: No habita en el tumulto de los asuntos mundanos, ni en las asambleas profanas, ni en los placeres mundanos, ni en el lugar donde los borrachos proclaman su vergüenza, ni en el descuido y la indolencia. Sino que se encuentra en su templo, allí donde dos o tres se reúnen en su nombre, en la oración secreta, en la abnegación, en el ayuno, en el examen de conciencia. También habita en el espíritu humilde y contrito, en el espíritu de fe, de amor, de perdón, de obediencia universal; en una palabra, habita en el cielo de los cielos, adonde se propone llevarte, si vienes a aprender de él y a recibir la salvación que te ha comprado con su propia sangre.

La hora décima... Generalmente se supone que es alrededor de lo que llamamos las cuatro de la tarde. Según Juan 11:9, los judíos contaban doce horas en el día; y, por supuesto, cada hora del día, así contada, debía ser algo más larga o más corta, según las diferentes épocas del año en aquel clima. La hora sexta entre ellos correspondía a nuestras doce, como se desprende de lo que dice Josefo en su vida, cap. liv. Los romanos tenían la misma forma de contar doce horas en cada uno de sus días. De ahí lo que encontramos en Hor. lib. ii. sat. vi. l. 34: ante secundam significa, como deberíamos expresarlo, antes de las ocho. Y cuando, en el lib. i. sat. vi. l. 122, dice, ad quartam jaceo, quiere decir que estuvo en la cama hasta las diez. Véase el obispo Pearce sobre este lugar. El Dr. Macknight, sin embargo, es de la opinión de que el evangelista debe entenderse como hablando de la hora romana, que eran las diez de la mañana; y como el evangelista comenta, que se quedaron con él ese día, implica que hubo una porción considerable de tiempo que pasó con nuestro Señor, en la que, por su conversación, eliminó todos sus escrúpulos, y los convenció de que él era el Mesías. Pero, si hubiera sido la hora décima judía, habría sido inútil comentar su permanencia con él ese día, ya que sólo quedaban dos horas de él. Armonía, vol. i. p. 52.

 

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