Yo (1) soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

(1) Somos secos por naturaleza y no somos aptos para nada más que el fuego. Por tanto, para que podamos vivir y ser fructíferos, primero debemos ser injertados en Cristo, como en una vid, por la mano del Padre; y luego ser moldeados cada día con una meditación continua de la palabra y la cruz; de lo contrario. De nada le servirá a nadie haber sido injertado a menos que se adhiera firmemente a la vid y así extraiga jugo de ella.

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