(11) Nadie diga cuando es tentado: Yo soy tentado por Dios; (12) porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni a nadie tienta;

(11) La tercera parte de esta epístola, en la que desciende de las tentaciones externas, es decir, de las aflicciones con las que Dios nos prueba; de las internas, es decir, de las concupiscencias que nos impulsan a hacer el mal. El resumen es este: Cada hombre es el autor de estas tentaciones por sí mismo, y no Dios: porque llevamos en nuestros cuerpos esa corrupción perversa, que busca oportunidades para siempre, para despertar el mal en nosotros, de lo cual eventualmente procede la conducta perversa, y en conclusión sigue a la muerte, la justa recompensa de ellos.

(m) Cuando es provocado a hacer el mal.

(12) Aquí se muestra una razón por la cual Dios no puede ser el autor de la mala conducta en nosotros, ya que no desea la mala conducta.

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