(30) Y el rey de Israel dijo a Josafat: Me disfrazaré y entraré en la batalla; pero ponte tu túnica. Y el rey de Israel se disfrazó y entró en la batalla. (31) Pero el rey de Siria ordenó a sus treinta y dos capitanes que gobernaban sus carros, diciendo: No pelees ni con pequeños ni con grandes, sino solo con el rey de Israel. (32) Y sucedió que cuando los capitanes de los carros vieron a Josafat, dijeron: Ciertamente es el rey de Israel.

Y se desviaron para pelear contra él; y Josafat gritó. (33) Y sucedió que cuando los capitanes de los carros vieron que no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo.

Parece haber mucho arte en el hecho de que Acab se disfrazara y aconsejara a Josafat que se pusiera su túnica. Es probable que hubiera oído hablar de la orden del rey de Siria a sus generales de pelear solo con el rey de Israel. Y como la persona de Acab no era conocida por esos generales, es muy probable que Acab se complaciera con la idea de que las túnicas de Josafat lo expondrían y su propio disfraz lo ocultaba.

De modo que Acab, si era así, era tan defectuoso en la amistad con Josafat como en el deber hacia el Señor. Y sin duda, el que es falso a Dios nunca podrá ser fiel al hombre. El peligro de Josafat, sin duda, le enseñó que estaba fuera del camino del deber. En la historia paralela en el Libro de las Crónicas, se nos cuenta algo más particularmente de esta situación y conducta del rey de Judá. Porque allí se dice que cuando los sirios lo rodearon para matarlo, y él gritó, el Señor lo ayudó, y Dios los impulsó a apartarse de él.

Y que cuando Josafat regresó a su propia casa después de la batalla, el hijo de Hanani, el vidente, que salió a su encuentro, lo reprendió por haber ido en ayuda de los impíos; y que, por tanto, la ira del Señor estaba sobre él. Ver 2Ch_18: 31; 2Ch_19: 1-2.

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