(7) Cuando los filisteos oyeron que los hijos de Israel se habían reunido en Mizpa, los príncipes de los filisteos subieron contra Israel. Y cuando los hijos de Israel lo oyeron, tuvieron miedo de los filisteos. (8) Y los hijos de Israel dijeron a Samuel: No ceses de clamar por nosotros al SEÑOR nuestro Dios, que nos salvará de la mano de los filisteos. (9) Y Samuel tomó un cordero de leche y lo ofreció en holocausto íntegramente a Jehová; y clamó Samuel a Jehová por Israel; y el SEÑOR le oyó.

Debería parecer de esta relación, que mientras Israel estaba desarmado y ocupado en sus devotos servicios, los filisteos vinieron sobre ellos; y que Samuel, como consecuencia de ello, estaba decidido a confiar en el sacrificio y la oración más que en la espada. Se enfrentó al Señor de los ejércitos de su lado, y al Señor como en varios casos antes peleó por Israel, mientras Israel mantenía la paz. ¡Pero lector! no dejéis de comentar cómo lo hizo el profeta.

¡Con sacrificio y oración! ¿No fue esto con los ojos puestos en Jesús? ¿No era el cordero lechal típico del cordero sacrificado desde la fundación del mundo? ¿Y no fue la oración incesante de Samuel una representación de su sacerdocio eterno, el que vive para interceder por los pecadores? ¡Precioso Jesús! Cuán satisfactorio es el pensamiento, cuán reconfortante es la consideración de que todo sacrificio, toda ofrenda bajo la ley y todas las oraciones de tus siervos, deriven su eficacia enteramente de tu único sacrificio todo suficiente, por el cual has perfeccionado para siempre a los santificados. ¡Y por tu toda mediación prevaleciente, por la cual todas nuestras personas y todas nuestras oraciones encuentran acogida en el amado!

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