Difícilmente es posible leer este relato de la angustia de Acaz y contemplar al mismo tiempo la triste causa de todos en sus transgresiones multiplicadas y agravadas, sin ser golpeado con una convicción renovada, de la dureza y el estado impenitente del corazón bajo el pecado. Aunque había desnudado a Judá, y el Señor había humillado a Judá; sin embargo, no escuchamos de ningún remordimiento, ningún dolor, ningún deseo en el corazón de Acaz de volverse al Señor; es más, sólo encontramos al pobre infeliz endureciéndose en su maldad, y mirando a Asiria, a cualquier poder en resumen, pero el poder correcto, incluso al Señor, para librarlo de su aflicción. ¡Pero lector! ¿Es singular el caso de Acaz? ¿No es esta la conducta de todos los pecadores hasta que la gracia los reclame?

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