La historia de esta sunamita, al recuperar su tierra, es muy interesante. Pero la mejora espiritual que se logrará con el pasaje lo es mucho más. Usted y yo, lector, hemos dejado nuestro asentamiento, tierras y propiedades, porque realmente no hay nada valioso en todos ellos, cuando se induce la flaqueza del alma y nos sobreviene una hambruna de todas las bendiciones espirituales a causa de la otoño. Pero cuando Jesús nuestro Goel, nuestro pariente Redentor, levante el tabernáculo de David que estaba caído, y haga de nuestra morada una Belén, una casa de pan para su pueblo, entonces, como esta mujer, podemos clamar a nuestro rey por la restauración de nuestra herencia en y por Jesús.

Hay algo muy sorprendente en este pasaje con respecto a Giezi y su conferencia con el rey en el momento en que la sunamita vino a reclamar su tierra. Entonces, lector, podemos descubrir en innumerables casos en la vida común, cómo el Señor, en su providencia, domina los tiempos y los eventos para promover su propia gloria y el consuelo de su pueblo. Pero, ¿no surge también otro dulce pensamiento? ¿Estaba tan atento el rey de Israel a escuchar el relato de Giezi sobre los hechos de Eliseo? ¿Y no nos esforzaremos en investigar las maravillas de Jesús?

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