(18) Porque yo testifico a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro, si alguno añadiere a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están escritas en este libro: (19) Y si alguno Quitará de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la ciudad santa, y de las cosas que están escritas en este libro.

Aquí hay un testimonio solemne, y de Cristo mismo, el testigo fiel y verdadero, y expresado de la manera más decisiva posible de que el agregar o quitar las palabras de la profecía contenida en este libro, traerá la ruina total, y la miseria eterna de todos y cada uno de los ofensores. Y la razón es muy obvia. Cristo es testigo de Dios y suyo. Ha entregado todas las verdades necesarias para la salvación.

Él lo ha confirmado en todas las épocas, por medio de profetas y apóstoles, por milagros y señales y, sobre todo, por su muerte, resurrección y regreso a la gloria, y por el envío de los dones del Espíritu Santo. Y en el corazón de su pueblo ha dado aún más confirmación, por la influencia regeneradora y vivificadora de Dios el Espíritu. De modo que, atestiguado por tales evidencias, para que cualquier hombre cuestione esas palabras de Cristo, para prevenir o mutilar, contradecir o resistir, no puede sino derribar el justo juicio de Dios. ¡Señor! da gracia a tu pueblo, para recibir con mansedumbre tu palabra injertada, y estimarla más que su alimento necesario.

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