REFLEXIONES

¡PAUSA, lector! sobre este Capítulo sublime y bendito; y pasando por alto toda consideración menor, contemple esto, como lo más alto y lo mejor en lo que se dice de Aquel a quien vio Daniel, el Anciano de Días, en las glorias de su persona, y la Omnipotencia de su carácter. Quizás la blancura de su vestimenta podría estar destinada a insinuar la pureza y santidad de su naturaleza y esencia. Y es posible que por los cabellos de su cabeza, como la lana pura, se pueda pretender representar la soberanía de su gloria y majestad.

¡Pero Ay! ¿Qué figuras o semejanzas pueden ofrecer la menor semejanza de Aquel que sólo tiene la inmortalidad, que habita en la luz, a la que ningún hombre puede acercarse? a quien ningún hombre ha visto ni puede ver! ¡Jehová Todopoderoso! ante el estrado de tus pies, ayuda tanto al escritor como al lector a caer con la menor postración posible de alma y cuerpo; recordando eternamente, que tanto ahora a un trono de gracia, como de ahora en adelante a la gloria, no hay posibilidad de acceso, sino en y por medio de un misericordioso Mediador, el Señor justicia nuestra.

Y en cuanto a ti, bendijiste a Emmanuel, a quien también vio el profeta Daniel, en esta visión solemne, a semejanza de Uno como el Hijo del Hombre; ayúdanos a mirar hacia arriba con todo ese amor, adoración, santo temor, fe y deleite, como conviene a tus redimidos. Porque ¿no sabemos, amado Jesús, por las enseñanzas de tu Espíritu Santo, que ya que terminaste la obra de redención y has vuelto a la gloria, eres tú quien ha abierto un camino nuevo y vivo con tu sangre, y vives para siempre? para mantenerla abierta por tu intercesión. ¡Granizo! precioso Cordero de Dios! Digno eres tú de tomar el reino, el poder y la gloria, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos redimiste para Dios.

¡Y nada menos, Espíritu Eterno de toda verdad, que eres uno con el Padre y el Hijo! ¡Sé exaltado y glorificado Señor, en tu propio poder personal y Deidad! Y que toda la Iglesia, tanto en el cielo como en la tierra, pueda enviar diariamente sus alabanzas unidas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, el Único, glorioso e incomprensible Jehová en infinita adoración y amor, a través de las edades ilimitadas de la eternidad. Amén.

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