REFLEXIONES

¡Alabanzas eternas a Dios Espíritu Santo, por su misericordia para con la Iglesia, en el don de esta dulce y preciosa epístola! ¡Gracias a Dios por el ministerio de su siervo en él! Y alabado sea Dios por cada instancia de misericordia concedida a la Iglesia por ella.

Aquí contemplamos, muy claramente, la justificación libre y plena de la Iglesia de Cristo, en la Persona de Cristo; y por la única justicia de Jesucristo. En Cristo se encuentre todo el pueblo del Señor; y nunca busques la salvación por las obras de la ley, sino únicamente en la Persona y por la justicia de Cristo. Y, ¡oh! por una porción del mismo Espíritu, que movió a Pablo, cuando decidió gloriarse solo en la cruz de Cristo; convencido de que nada, salvo una nueva criatura, puede dar confianza ante Dios.

Después de haber bendecido al Señor el Espíritu por esta dulce Escritura, miraríamos con afecto a Pablo, como el siervo altamente favorecido de ella. Ciertamente, es provechoso bendecir a Dios, en y para el ministerio de sus siervos; y, por tanto, amamos al Apóstol, por el amor a su Maestro y el celo en su servicio. ¡Adiós por el momento, Paul! ¿Quién sino que debe amarte y desear seguirte, como tú has seguido a Cristo? ¿No nos encontraremos con el tiempo delante del trono y bendeciremos juntos a nuestro Dios del pacto? Aun así, amén. ¡Lector! la gracia de nuestro Señor Jesús sea con todo el Israel de Dios. Amén.

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