En el mismo lugar estaban las posesiones del jefe de la isla, cuyo nombre era Publio; quien nos recibió y nos hospedó cortésmente tres días. (8) Y sucedió que el padre de Publio estaba enfermo de fiebre y de un flujo de sangre; a quien Pablo entró, oró, le impuso las manos y lo sanó. (9) Cuando se hizo esto, vinieron también otros que tenían enfermedades en la isla y fueron sanados: (10) los cuales también nos honraron con muchos honores; y cuando partimos, nos cargaron con todo lo necesario.

Hay algo muy interesante en el relato de este Publio. Debe haber sido un hombre de gran generosidad y riqueza. No tenía conciencia de quién era este invitado cuando lo recibió. Le recuerda a uno de los patriarcas, cuando, como Abraham y Lot, recibieron a los ángeles como extraños. Y, con cuánta gracia el Señor de Pablo tomó la bondad, en la recompensa permitió que Pablo su siervo lo hiciera a él y a su pueblo, al sanar a los enfermos de la isla.

¿Y quién calculará todas las misericordias que podrían haber recibido además? Se dice que Pablo entró, oró, impuso las manos sobre el padre de Publio y lo sanó. ¿Y no podemos esperar que las almas de algunos de esos isleños se familiarizaron con el Señor Jesucristo por el ministerio de Pablo, mientras él era bendecido por el Señor para sus cuerpos?

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