REFLEXIONES

¡Mi alma! escucha lo que tu Señor dice en este capítulo bendito, y mira cómo él ha mandado a su pueblo que sea consolado, y ha provisto todos los medios para su consuelo. ¡Precioso Señor Jesús! en ti y en tu gran salvación, en verdad veo una provisión más bendita y adecuada para perdonar la iniquidad, la transgresión y el pecado; sí, Señor, en tu redención completa y consumada, veo cómo Jehová ha recibido más que un equivalente, sí, el doble por todos los pecados de tu pueblo.

¿Y no se alegrará mi alma y se consolará con el consuelo? ¿No se saltará de gozo mi corazón, y mi pobre lengua, muda por naturaleza, no estará lista para cantar con claridad? Sí, Señor, cantaré y no temeré, porque el Señor Jehová es mi fuerza y ​​mi cántico, y tú eres mi salvación. Llamaré a todos los que están dentro de mí y a todos los que están fuera de mí para que se unan al alegre servicio. Diré con el Profeta: Cantad, cielos, porque Jehová lo ha hecho; gritad, profundidades de la tierra; prorrumpid en cánticos, montes, bosque, y todos los árboles que hay en él; porque Jehová ha redimió a Jacob y se glorificó en Israel.

Pero principalmente a ti se dirigirá mi nota de alabanza, oh Señor. Mientras disfruto del regalo, bendeciré al Dador; y en el momento en que sienta la bienaventuranza de la salvación, sentiré aún más la bienaventuranza de que Jesús mismo es mi salvación. ¡Oh! ¡Tú, misericordioso Pastor de tu pueblo! aquí te contemplo, en toda la ternura de ese oficio; y cuán verdaderamente delicioso es para mi alma, que mientras leo de ti que te revelas bajo tal gracia de personajes, te conozco en la plena realización de cada uno de ellos en mi corazón, como el gran Pastor de mi alma.

Nunca permitas que pierda de vista tu amor, oh Señor, ni el poder y la sabiduría que posees, y por los cuales todas las necesidades de mi alma deben ser satisfechas. No, Señor, no me permitas suponer, ni siquiera por un momento, que mi camino está oculto al Señor, o que mi juicio ha pasado de mi Dios. Sé, Señor, que me ves, y me conoces, con cada pequeña circunstancia que me pertenece; sí, Señor, eres tú quien ordena, nombra, regula y finalmente bendecirá a todos.

Ayúdame, pues, a esperar siempre en ti, para que, como el águila, pueda renovar mis fuerzas. Porque, claro, mi Señor nunca se desmaya ni se cansa de ayudar a los pobres. Y mientras espero en Jesús y lo cuido, sé que Jesús ha estado antes conmigo y me está cuidando. ¡Precioso Señor! consuélame contigo mismo, y seré verdaderamente fuerte, y nunca me cansaré: ¡caminaré y no desmayaré!

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