Hice sólo una breve observación sobre el largo pasaje antes de este, a fin de poder entrar en la verdad que alivia el alma a la vista del Señor Jesús, que aquí sucede al tema melancólico. Vio que no había ningún hombre. ¿De quién se habla esto sino de Jesús? ¿Quién vio la pobreza y la ruina de nuestra naturaleza y decidió interponerse para nuestra salvación, sino el Señor Jesús? ¿Quién, sino él, podría ser tanto nuestro Salvador como nuestro intercesor? ¡Precioso Señor Jesús! en verdad, fue tu propio brazo el que trajo la salvación; porque los pecados de tu pueblo hubieran aplastado todos los brazos menos el tuyo, cuando, en los días de tu carne, cargaste con todos los pecados de tus redimidos en tu propio cuerpo, en el madero. ¡Oh! Cuán verdaderamente hermoso es ahora verte, por fe, de pie, la devota cabeza de tu cuerpo, la Iglesia, y por ella soportando la cruz, y despreciando la vergüenza! ¡Oh! Cuán verdaderamente bendito es verte con tus vestiduras sacerdotales y con una vestidura empapada en sangre, triunfando sobre todo el poder del infierno; y en nuestra naturaleza recompensar la furia a tus enemigos y manifestar favor a tus elegidos. Y ciertamente tu celo por la casa de tu Padre, y por la honra de tu Padre, bien puede compararse, por lo completo, a la cobertura de un manto.

Isaías 63:1 ; Apocalipsis 19:13 ; Salmo 69:9 ; Juan 2:16 .

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