REFLEXIONES

¡Bendito Señor Jesús! ¿Cómo voy a abstenerme, mientras leo este dulce capítulo, de que toda mi alma sea conducida en un deseo anhelante por ti, y te invoque con tus propias palabras, para que te levantes y brille sobre mi alma, y ​​dejes que tu gloria sea vista sobre mí? ? ¿No sé yo que tú, y sólo tú, eres la fuente y la fuente de toda luz, vida y conocimiento salvadores? Ciertamente la oscuridad cubrió toda nuestra naturaleza, hasta que tú, el Sol de justicia, te levantaste sobre nuestras almas ignorantes, ¡con curación en tus alas! Y tanto ahora en el tiempo como de ahora en adelante por toda la eternidad, todos tus redimidos derivan todo de ti, para gracia y para gloria.

Bien pueden venir los gentiles a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer, porque sin ti todo son tinieblas y como sombra de muerte. No todas las luces de los cielos y los cuerpos celestes, ni todas las lunas y estrellas de las ordenanzas terrenales, pueden dar luz o calor sin ti. ¡Oh! Venid acá a Jesús, hijos e hijas de este mundo ignorante; Despiértate, los que duermes, y levántate de entre los muertos, para que Cristo te ilumine.

Y ¡oh! mi bendito Dios y Padre! ¿Cómo te alabaré y te amaré como debo, por este bendito, este glorioso, este inigualable regalo de tu amado Hijo? ¡Oh! Sigue el gran designio, y no dejes que las puertas de tu Sion se cierren, ni de día ni de noche; para que los hombres traigan a nuestro Silo las fuerzas de los gentiles, y sus reyes sean traídos; hasta que toda la tierra esté llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar; y todos sabrán que tú, el Señor Jehová, eres nuestro Salvador y Redentor, el Fuerte de Jacob. Amén.

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