Como la circuncisión era una señal o sello del pacto eterno que Dios hizo con Abraham, y evidentemente se refería a Aquel en quien la ley iba a ser cumplida: no es muy fácil explicar el largo descuido de este rito, mientras la iglesia estaba en el estado salvaje. ¿No podría omitirse, de la frecuente incredulidad, que tantas veces estalló en el campamento? Y, como Jehová había jurado en su ira, que la generación que salió de Egipto no entraría en la tierra prometida; la cual, como un tipo de la gran promesa de redención, fue referida en la circuncisión; probablemente los israelitas concluyeron que el rito ya no era su privilegio, cuando la bendición se completó en él ya no tenían derecho.

Sea como sea; el Señor manda que se renueve el rito. La gente ha entrado ahora en la tierra prometida. Este sello les recuerda una vez más el pacto. Los distingue de sus vecinos idólatras; quita el oprobio de Egipto, que había dicho que para su maldad los había sacado el Señor para destruirlos en el desierto. La calumnia ha terminado. Se ha demostrado que son el pueblo de Dios y el Señor su Dios.

Pero, lector, no dejes que tú y yo nos detengamos aquí. La circuncisión tenía un ojo puesto en Jesús. En el Antiguo Testamento fue designado con referencia a Él, con quien se hace el pacto eterno y en quien se completa. Y desde la entrada de nuestro Padre en Canaán, hasta la venida de Jesús en la carne, está claro que fue designado como una ordenanza permanente. Pero cuando el Hijo de Dios vino en sustancia de nuestra carne, y se sometió a este rito judío, asumiendo sobre él la obligación de cumplir toda la ley, a partir de ese momento dejó de ser necesario, o incluso apropiado.

Habiendo llegado la sustancia, la sombra desaparece para siempre. Los creyentes en Jesús están incluidos, como el Espíritu Santo enseñó a la iglesia por el apóstol, en esa circuncisión hecha sin manos, al despojarnos del cuerpo de los pecados de la carne, por la circuncisión de Cristo. Gálatas 5:2 ; Colosenses 2:11 ; Gálatas 6:15 .

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