REFLEXIONES

¡Mi alma! tú, con los ojos en alto y el corazón agradecido, he aquí a tu Dios y Salvador, en esta representación bendita que el Espíritu Santo ha hecho de él, en este Capítulo, entrando aquí en Su Alto Oficio Sacerdotal; y por la fe, venga bajo el incensario de oro de su Ofrenda. ¡Oh! qué muestra ha dado aquí, de su sacerdocio todopoderoso, prevaleciente e inmutable. ¡Sí! ¡Bendito Señor! que mi pobre alma, te ruego, no pierda nunca de vista el pilar y el fundamento de la verdad, sobre el cual tu Iglesia, en todos sus miembros, apóstoles y pueblo, se mantiene eternamente firme y segura; la perfección de tu obra terminada, y la fidelidad de la palabra y el juramento de Jehová, en el Pacto, ordenado en todas las cosas y seguro. Ciertamente es vida eterna, y es tu carácter de oficio, darlo, conocer a Jehová, el único Dios verdadero; Padre hijo, y Espíritu Santo; ya Jesucristo, a quien Jehová envió.

¡Oh, apóstoles de Cristo! ¡Qué indescriptibles misericordias os ha concedido Jesús en esta dulce oración! Y no menos vosotros, a quienes en todas las edades posteriores de la Iglesia, Dios el Espíritu llamó al ministerio; ¡Cómo estáis todos, de época en época, incluidos en esta rica bendición sacerdotal de mi Dios! ¡Oh! por un santo celo, sobre el redil de Cristo, en todos los pastores subordinados de la Iglesia; para ver y saber que su comisión es de Dios.

¡Jesús! en misericordia a tu Iglesia, concede que nadie quede sin ser enviado; pero para que todos puedan soportar el mismo dulce testimonio que Jesús dio en este discurso a su Padre, acerca de sus Apóstoles: Como tú me enviaste al mundo; así también los envié al mundo. ¡Oh! la bienaventuranza por toda esta descripción y carácter, tener conciencia de estar interesado en la oración de Cristo; de ser enviado al ministerio desde la ordenación de Cristo: ¡Santo Padre! ¡Guarda en tu propio Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros!

¡Y no menos vosotros, toda la Iglesia de Cristo! Nunca, nunca, pierda de vista esas preciosas palabras de Jesús, cuando dijo; No ruego sólo por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. ¡Sí! ¡Tú, queridísimo Señor! aunque hayas dado algunos apóstoles, profetas y evangelistas; y algunos pastores y maestros; sin embargo, todo es para perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio; para la edificación del cuerpo de Cristo.

Tus pequeños, querido Señor, te son tan queridos como los más grandes y los mejores; porque todo se deriva de ti, y nadie debe, sino lo que ha recibido de ti. ¡Precioso Señor Jesús! se acerca la hora en que esa voluntad tuya se cumplirá plenamente; y de una unidad eterna de tu Iglesia y Pueblo contigo mismo, la Iglesia entera aparecerá como tú has dicho: Padre, quiero que los que me has dado también estén conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria que has ¡dado a mí! Amén.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad