REFLEXIONES

MIENTRAS le ruego al lector que reflexione conmigo sobre el triste relato del pecado y la transgresión humanos que ofrece este capítulo, no deseo menos que observe las diversas formas en que el Señor se complace en adoptar para castigar los pecados de su pueblo. A veces por el azote del enemigo, y a veces por la bajeza de falsos amigos. ¡Oh! Dios mío, dame para contemplar, y con humilde agradecimiento para contemplar, tu misericordia al adoptar así todos y cada uno de los medios que tu gracia y sabiduría vean más adecuados para el fin, para llamar a casa nuestros corazones rebeldes, cuando en cualquier momento, desde plenitud de bendiciones, nos apartamos de ti.

¡Sí, Dios bendito! Tú, misericordiosamente, asignas castigos, de cualquier tipo, naturaleza o grado que el caso requiera, para que mi alma errante sea nuevamente atraída y traída de regreso a tu redil; y Jesús se vuelve cada vez más precioso, debido a una convicción más fuerte en mi rebelión pasada, de mi necesidad de él. Levanta, misericordioso Señor, un santo conflicto, en las luchas de mi pobre naturaleza caída, hasta que, como los hombres de Siquem y Abimelec, se destruyan mutuamente entre sí, de modo que todo pensamiento sea llevado cautivo a la obediencia de Cristo.

Arranca todas las zarzas y espinas que propondrían refugio a mis pecados; y tú, bendito Jesús, como el cedro del Líbano, o el olivo de Engedi, y la vid de Sion, cúbreme con tus ricos sarmientos, y dame sentarme bajo tu sombra con gran deleite, para que tu fruto sea dulce a mi gusto.

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