REFLEXIONES

¡Lector! cuán poco concibieron el emperador romano Augusto, o su adjunto Cirenio, que el poder supremo de Dios dispusiera los impuestos de tal manera que el objetivo principal al que debería ministrar fuera llevar a la Virgen María a Belén, y marcar el período preciso del nacimiento de Cristo! ¡Cuán inconscientes estaban los pastores judíos, al velar por sus rebaños de noche, hasta que el mensaje del cielo les informó del maravilloso acontecimiento de la llegada del Salvador! Y ¡oh! el misterio asombroso, cuando Dios, que ha registrado desde toda la eternidad los nombres de sus redimidos en el libro de la vida, les hace conocer la misericordia inefable y se les manifiesta de otra manera que al mundo.

¡Lector! ¿Podemos tú y yo marcar nuestro conocimiento personal de estas cosas, de modo que, como dicen Simeón o Ana, nuestros ojos han visto la salvación de Cristo? y hablar del Señor Jesús a todos los que esperan redención en Jerusalén?

¡Precioso Señor Jesús! cuando contemplo tu oscuro nacimiento, tus humildes circunstancias y tu mezquina acomodación, un pesebre solo para recibirte en tu entrada a este nuestro mundo, y no hay lugar para ti en la posada; oh, qué viva representación había en esto, de todas las circunstancias futuras de tu vida. Verdaderamente dijiste, y la verdad es igualmente válida en todas las épocas; ¡Bienaventurado el que no se ofende contigo! ¡Mi alma! deléitate cada vez más en los dulces testimonios de la humanidad de tu Señor, mientras lo contemplas al mismo tiempo que posee todas las pruebas de la Divinidad. Porque sólo por ambos podría Jesús ser adecuado para ti como tu Fiador, Esposo y Salvador. ¡Oh! la preciosidad de ese misterio, que indiscutiblemente es grande, Dios fue manifestado en carne.

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