Pero cuando los fariseos oyeron que había hecho callar a los saduceos, se reunieron. (35) Entonces uno de ellos, que era abogado, le hizo una pregunta, tentándolo y diciendo: (36) Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento de la ley? (37) Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento.

(39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (41) Estando reunidos los fariseos, Jesús les preguntó, (42) diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? de quien es hijo Le dijeron: Hijo de David. (43) Él les dijo: ¿Cómo, pues, David en espíritu lo llama Señor, diciendo: (44) Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? (45) Si David lo llama Señor, ¿cómo es su hijo? (46) Y nadie pudo responderle una palabra, ni nadie desde ese día se atrevió a hacerle más preguntas ".

Es una bendición descubrir que, si Jesús es atacado por fariseos o saduceos, todo tiende a la gloria del Señor, a la promoción de la felicidad de su pueblo y a la confusión de sus enemigos. La conferencia de nuestro Señor con los fariseos es de este tipo, y tan clara que no necesita comentario. Pero prefiero aprovechar la ocasión, desde la pregunta del Señor a los fariseos, para proponer lo mismo, tanto a mí como al lector.

¿Qué pensáis de Cristo? Es la gran cuestión de todo el tema contenido en la palabra de Dios. Y ruego al lector que observe: Jesús no dice qué pensáis de mí, sino qué pensáis de Cristo; es decir, como el Cristo de Dios, el ungido, el enviado, el sellado del Padre. Porque a menos que tengamos la debida aprehensión, tanto de su persona como de sus cargos, en su doble naturaleza y en su comisión, nuestras opiniones sobre él no estarán adecuadamente formadas.

De modo que en esta única pregunta están involucradas otras mil. ¿Qué pensáis de Cristo? ¿Qué pensáis de su persona, de sus oficios, personajes, parientes? ¿Qué pensáis de la plenitud, plenitud, idoneidad, suficiencia total de su salvación? ¿Qué pensáis de Cristo en cuanto a su valor, preciosidad, belleza, gloria? ¿Qué, en cuanto a su valor, importancia, su absoluta necesidad, y el vivir sin conocerlo, y el morir sin disfrutarlo? ¡Oh! ¡para la debida aprehensión de Jesús! ¡Oh, la unión absoluta y segura con él y el interés por él! El alma que así ha aprendido a Cristo, sabrá mejor cómo entrar en el pleno sentido de la pregunta de nuestro Señor; y apreciará mejor el ser que se encuentra en él, de modo que todo otro conocimiento no tenga valor, sino el conocimiento de Cristo, el poder de Dios y la sabiduría de Dios,

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