REFLEXIONES

¡Haz una pausa, alma mía, en la lectura de este capítulo, y mira de qué manera tan dulce tu DIOS y PADRE manifestó a la iglesia de antaño el sacerdocio eterno de tu glorioso intercesor! Nadie más que la vara de JESÚS, nada más que su justicia omnipotente y la expiación de la ofrenda por el pecado pueden producir los frutos benditos de la salvación para su pueblo. Como toda nuestra justicia son trapos de inmundicia, así todas nuestras varas de fuerza creada, por más que estén puestas antes del testimonio, serán halladas sin fruto, muertas y marchitas.

Pero en las diversas manifestaciones de tu gracia, en los brotes, las flores y las excelencias fructíferas de tus misericordias, cuando nuestras almas respectivamente están en necesidad, con qué gracia mi DIOS y Salvador muestra la vara de su fuerza, al convencer, convertir , fortaleciendo, refrescando y estableciendo a su pueblo.

¡Queridísimo JESÚS! que pueda encontrar la gracia de tu ESPÍRITU SANTO, para regocijarme en ti, como la vara de todas las misericordias del evangelio puesta para mí en el tiempo y por toda la eternidad. Y aunque tu gloria fue velada a muchos cuando estuvieron en la tierra, y tu sacerdocio es desconocido y desconocido por miles ahora estás arriba, sin embargo, para mí en todos tus preciosos oficios y caracteres, estarás siempre floreciendo, en cada gracia adecuada, y en cada misericordia sazonada, en todo mi tiempo de necesidad.

Que los murmuradores ahora, si se atreven, disputen la soberanía de tu DIOSA, y desprecien, porque no conocen, la preciosidad de tu gran salvación y sacerdocio; SEÑOR, sé tú para mí y para todos tus hijos el inagotable almendro de justicia y paz, que ni la sequía ni la tormenta, ni todas las dispensaciones invernales de mi corazón y los poderes de las tinieblas pueden destruir; pero por las influencias de tu ESPÍRITU SANTO que pueda habitar en ti, que yo produzca fruto para alabanza de tu santo nombre; y como has dicho, porque tú vives, yo también viviré.

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