Aquí contemplamos en caracteres sorprendentes los terribles efectos que el pecado ha producido en nuestra naturaleza: la paga del pecado es, y debe ser, muerte. Y cuando en algún momento en nuestros amigos y en nuestras casas, esa sentencia se ejecuta, la inmundicia se adjunta a todos. Y esto debe haber continuado para siempre, si JESÚS no hubiera intervenido y abolido la muerte con su gloriosa empresa, y hubiera sacado a la luz la vida y la inmortalidad por medio de su evangelio. ¡Mira, lector! en esta impureza ceremonial hecha por la muerte, ¡a qué estado miserable fuera de CRISTO, nuestra naturaleza se reduce universalmente!

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