REFLEXIONES

AQUÍ mi alma! detente y mira, cómo el servicio levítico de los hijos de Aarón ensombreció a tu Salvador en su misericordioso ministerio. Él era, de hecho, el único que podía quitar la faz de esa cubierta, por la cual, nuestra naturaleza estaba escondida y perdida de todo su pueblo. ¡Oh! ¡que mis ojos estaban más iluminados para contemplar a este Gran Sumo Sacerdote, en todos sus benditos oficios y personajes! Tú eres en verdad el verdadero tabernáculo, querido SEÑOR, sin cubierta; porque con tu preciosa empresa, nos has abierto un camino nuevo y vivo con tu sangre y tu justicia; tú has abierto, y nadie puede cerrar; ni la cubierta estará más sobre ella, sino que sobre toda la gloria habrá una defensa.

Y ¡oh! ¡Qué gloria, qué inconcebible peso de gloria irrumpirá en el alma, cuando este tabernáculo terrenal nuestro sea derribado, y las estacas y las basas, con sus cuerdas e instrumentos de plata, se rompan en la cisterna! y JESÚS lo levantará de nuevo, un cuerpo glorificado, sin mancha, ni arruga, ni nada por el estilo. ¡Qué éxtasis se apoderará del alma, cuando nuestros viles cuerpos sean semejantes a su glorioso cuerpo! y cuando esos queridos socios de afecto, el alma y el cuerpo se vuelvan a unir, nunca, nunca más para separarse; ¡y nunca, nunca más para frustrarse el uno al otro, siendo ambos redimidos juntos por su gran salvación! ¡Queridísimo Salvador! sé ahora por la fe mi gozo, y luego por la vista, serás mi luz eterna, y mi Dios, mi gloria.

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