REFLEXIONES

Bendito sea Dios por las dulces y preciosas doctrinas contenidas en este Capítulo. Que Dios el Espíritu Santo escriba todo su significado en el corazón tanto del escritor como del lector. Rezaría pidiendo gracia para ver mi propio estado descrito en la primera parte. De hecho, todo hijo de Dios puede exclamar verdaderamente: Yo soy el hombre que ha caído por mi iniquidad. El Señor, por tanto, ayúdame a llevar conmigo las palabras, incluso las propias palabras de Dios, y subir al trono de la gracia, en el Señor Jesucristo, y hallar gracia, misericordia y paz en Él, en quien el huérfano halla misericordia.

Y ¡oh! ¡Bendito Emmanuel! habla a mi alma, sí, habla a cada alma regenerada en esas palabras tuyas revitalizadoras, sanaré tu rebelión; Te amaré libremente; Seré como rocío para Israel

Y concedes, ¡oh! bendito Espíritu de la verdad, en tu dulce oficio de glorificar al Señor Jesús, para que por medio de tus influencias bondadosas se me impida seguir en pos de mis antiguos ídolos. Sí, déjame ver que Jesús es la fuente de toda mi fuerza, esperanza y consuelo; que en él se encuentra mi fruto, y todas mis fuentes frescas están en él.

¡Adiós, Oseas! ¡Adiós, fiel siervo del Señor! Bien has ministrado a la Iglesia por tus escritos en todas las épocas, desde tus días hasta la actualidad; y mostrado en qué se encuentra la ruina del hombre, y en quién solo está la salvación. Y mientras bendigo al Gran Cabeza de su Iglesia por tu ministerio: mi alma desea salir en acción de gracias y alabanzas al Señor Dios, en quien solo tu ministerio, o todo el ministerio de los hombres o de los ángeles, puede ser provechoso; en que Jesús bendice, y bendecirá su santa palabra por medio de sus siervos los profetas.

¡Alabado sea Jehová, Padre, Hijo y Espíritu Santo por esos benditos escritos de inspiración! Que el Señor continúe comisionándolos para su gloria, quien en tiempos pasados ​​habló a los Padres por los Profetas. Pero aún más daríamos alabanzas a Dios, que en estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo. ¡Oh! ¡Tú, Señor Dios de los Profetas! Bendiciones eternas sean tuyas, de quien todos los profetas dan testimonio, de que todo aquel que en ti cree, tendrá vida eterna. Amén.

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