REFLEXIONES.

¡Mi alma! Mientras meditas sobre los muchos dichos dulces y preciosos de este capítulo, ¿no has hallado que tu corazón se calienta dentro de ti cuando Jesús te habla en el camino y te abre las cosas aquí escritas acerca de él?

¡Seguramente Jesús es la Sabiduría de la que se habla aquí, y él es, mi alma, tu sabiduría, justicia, santificación y redención! Y mientras buscas de él la fuerza para el día de la adversidad, no desmayarás, como deben hacerlo aquellos cuya confianza se basa en la sabiduría de este mundo. La roca de los siglos será tu apoyo, cuando los que se apoyan en las cañas de Egipto, deban caer. Sí, alma mía, si Jesús es la miel y el panal de todos tus afectos, confianzas y delicias; lo encontrarás dulce a tu paladar.

Y que otros hagan lo que quieran, o se deleiten de donde puedan, besarás a Aquel en cuyos labios se derrama la gracia, porque Jehová lo ha bendecido para siempre. Jesús será la respuesta correcta para cada caso, cada prueba, cada necesidad. Sé tú mi Señor y mi porción, bendito Jesús, porque todas tus palabras son verdaderas, y todo lo que has dicho, mi alma lo aprueba muy cordialmente. Entonces mi alma besará humildemente tus pies, y los lavaré con mis lágrimas, y los secaré en señal de mi dolor por el pecado, como otra Magdalena, con los cabellos de mi cabeza.

Los besaré como prenda de amor, de deber, de obediencia, de homenaje, de reverencia; porque deseo fervientemente entregarme a ti, y ser completamente para ti y no para otro. Y ¡oh! ¡Tú, Dios condescendiente y Salvador! me besas con los besos de tu boca, porque tu amor es mejor que el vino.

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