Estos versos poseen una dulzura peculiar y personal; y el salmista se queda con toda la casa. Como si hubiera dicho que no sé lo que hacen los demás ni lo que otros puedan determinar; pero como, por mí y mi casa, serviré al Señor; Cantaré al Señor y al Señor por los siglos de los siglos. Y cuando la vida, la fuerza y ​​la voz falten, mientras mi corazón pueda pensar o la memoria permanezca, Jesús será mi meditación.

Su nombre colgará de mis labios con mi último aliento tembloroso. ¡Oh! precioso Jesús! si la misericordia no es demasiado grande para pedirla, sea ésta la última bendición tanto del que ahora escribe como del que lee. Amén.

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