El Espíritu fue dado sin medida a Jesús, y es nuestra felicidad que de él y en él, la santa unción, derramada sobre la cabeza de nuestro glorioso Sumo Sacerdote, nuestro Aarón, corra hasta las faldas de su ropa, hasta el más humilde y pobre de su pueblo. ¡Lector! Mirando a Jesús, ¿no diremos: Señor, guíame en tu justicia, la tuya única, para que sea recto delante de mí tu camino?

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