Aquí, como otro profeta, el hombre de Dios, habiendo dado sus peticiones, ahora está en su atalaya, para escuchar la respuesta del Señor. Lector, tú y yo también deberíamos hacerlo, y no como el avestruz del desierto, dejar nuestras oraciones sin cuidarlas, como ella deja sus huevos, despreocupada e inconsciente de si alguna vez se vuelven productivos. Y la razón es muy obvia: Dios hablará. Pero si se han ido del propiciatorio, ¿no es esta su locura? ¿Cómo pueden saber entonces lo que ha dicho el Señor?

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