REFLEXIONES.

¡Lector! aquí hay una fuente abierta para el pecado y la inmundicia; Jesús la abrió y la llenó de sangre de su corazón. La gran pregunta es, ¿estamos lavados en él? ¿Hemos descubierto que es sangre que habla de paz y sangre que limpia el corazón? ¿Podemos verdaderamente decir de él, como lo hizo David de todo el pacto? ¡Es toda mi salvación y todo mi deseo!

¡Precioso Señor Jesús! la espada a la verdad se ha despertado, por mandato de Jehová, contra ti, cuando te inclinas como fiador de tu pueblo. Pero, ¡oh! ¡Cordero de Dios que lleva el pecado! ¿Qué te ofreceré de agradecimiento y alabanza, ya que por tus llagas mi alma ha sido sanada, y tú fuiste hecho por tus redimidos, para que ellos sean hechos justicia de Dios en ti?

¡Señor! Te doy gracias, en todos los ejercicios de mi guerra, cuando me haces pasar por las ardientes pruebas del dolor y la tentación; el conflicto es no saber, si soy tuyo, porque eso ya está probado, y el asunto no es dudoso; pero es para probarme y mostrarme lo que hay en mi corazón; para que tu gracia tenga toda la alabanza y toda la gloria, de principio a fin. ¡Oh! por la gracia incesante mientras Jesús me reconoce como suyo, para decir con la Iglesia de antaño, mi amado es mío y su deseo es hacia mí.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad