Explicación, estudio y comentario bíblico de Daniel 10:5-27 verso por verso
Entonces alcé mis ojos y miré, y he aquí un hombre vestido de lino, cuyos lomos estaban ceñidos con oro de Ufaz.
Su cuerpo era como crisólito y su rostro como el aspecto del relámpago. Sus ojos eran como antorchas de fuego, y sus brazos y sus piernas como bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.
Solo yo, Daniel, vi la visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo. Sin embargo, cayó sobre ellos gran temor y huyeron para esconderse.
Yo, pues, quedé solo y vi esta gran visión. No quedaron fuerzas en mí; más bien, mi vigor se convirtió en debilidad y no retuve mi fuerza.
Luego oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí adormecido sobre mi rostro, con mi rostro en tierra.
Entonces he aquí, una mano me tocó e hizo que temblando me pusiera sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos.
Y me dijo: — Daniel, hombre muy amado, presta atención a las palabras que te hablaré. Ponte de pie, porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba conmigo, me puse de pie temblando.
Y me dijo: — Daniel, no temas, porque tus palabras han sido oídas desde el primer día que dedicaste tu corazón a entender y a humillarte en presencia de tu Dios. Yo he venido a causa de tus palabras.
El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí que Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme; y quedé allí con los reyes de Persia.
He venido, pues, para hacerte entender lo que ha de acontecer a tu pueblo en los últimos días; porque la visión es aún para días.
Mientras hablaba conmigo tales palabras, puse mi rostro en tierra y enmudecí.
Pero he aquí que alguien semejante a un hijo del hombre tocó mis labios. Entonces abrí mi boca y hablé; dije a aquel que estaba delante de mí: — Señor mío, junto con la visión me han sobrevenido dolores y no me han quedado fuerzas.
¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque desde ahora me faltan las fuerzas y no me ha quedado aliento.
Entonces aquel que era semejante a un hombre me tocó otra vez y me fortaleció.
Y me dijo: — Hombre muy amado, no temas; la paz sea contigo. Esfuérzate y sé valiente. Mientras hablaba conmigo, recobré el vigor y dije: — Hable mi señor, porque me has fortalecido.
Y dijo: — ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para combatir con el príncipe de Persia. Y cuando yo haya concluido, he aquí que viene el príncipe de Grecia.
Pero te voy a declarar lo que está registrado en el libro de la verdad. Ninguno hay que me apoye contra estos, sino solo Miguel, el príncipe de ustedes.