Entre los hebreos, el condenado era, generalmente, apedreado. Se usaba en aquellos delitos que eran castigados con la pena de muerte. Entre los que merecían esta cruel pena estaban:

la idolatría (Lv. 20:2; Dt. 17:2-5),

la blasfemia (Lv. 24:10-16),

el quebrantamiento del sábado (Nm. 15:32-36),

la hechicería (Lv. 20:27),

el falso ejercicio de la misión profética y el inducir al pueblo a la idolatría (Dt. 13:1-11),

la apropiación de un objeto sagrado (Jb. 6:17-19; 7:1; Lv. 27:28),

la desobediencia obstinada (Dt. 21:18-21) y 

varias clases de impureza.

El lugar del apedreamiento o lapidación estaba en las afueras del campamento o de la ciudad (Lv. 24:14; 1 R. 21:9-13). El criminal era invitado a confesar su pecado (Jos. 7:19), y a continuación uno de los testigos arrojaba una piedra grande sobre el pecho del culpable, y si este golpe no era suficiente para darle muerte, intervenían los demás testigos, y si esto no era aún suficiente, entonces arremetían todos los espectadores (Dt. 17:7). Los ajusticiadores se quitaban la ropa para tener mayor libertad de movimiento (Hch. 7:58). A veces al ajusticiado se le arrojaba desde una altura considerable. La lapidación era a menudo un recurso al que el populacho de las distintas épocas recurría cuando no podía soportar el mensaje o los hechos de algún personaje (Éx. 8:26; 2 Cr. 24:31; Lc. 20:6; Jn. 8:59; Hch. 5:26; 14:5; 19:2; 2 Co. 11:25). El primer mártir cristiano, Esteban, murió lapidado.


Elija otra letra: