Las Sagradas Escrituras nos describen una flora correspondiente a las regiones subtropicales. En Palestina se alternan la aridez con la fertilidad. Las regiones más fértiles de las tierras bíblicas eran la llanura de Sarón a lo largo de la costa (Is. 35:2), los bosques de pinos y cedros del Líbano y del Hermón y los valles próximos a Jericó (Éx. 9:25), el llano de Esdraelón en Galilea y ciertas regiones al otro lado del Jordán.

Los árboles conocidos por los autores bíblicos eran de los tipos leñosos, arbustos y árboles de maderas resinosas. Los árboles son utilizados, además de sus usos naturales, para enseñar diversas verdades. Así, simbolizan al hombre justo (Sal. 1:3), que «es como el árbol plantado junto a la corriente del agua»; dará buen fruto a su debido tiempo. Quien confía en el Señor es como el árbol que tendrá follaje abundante y que no temerá el calor porque sus raíces estarán hundidas en el agua que conservará su verdor (Jer. 17:8). Quien pone su confianza en otro hombre viene a ser como tamarindo en la estepa, que habita en los lugares áridos y secos y nunca prospera (Jer. 17:6). La misma analogía se aplica también a los pueblos (Os. 14:6-8).

A veces los árboles son personificados en figuras poéticas que alaban y celebran las obras de Dios; así, en Isaías aplauden (Is. 55:12); en los Salmos se alegran y son saciados por la generosidad del Creador (Sal. 96:12; 104:16); comprenden las obras del Señor en Ezequiel (Ez. 17:24).

(a) AT:

Algunos árboles del Antiguo Testamento tienen un significado especial en la historia del pueblo de Dios, ya que cerca de ellos tuvo lugar algún acontecimiento de especial significación; así:

la encina de More en Hebrón, donde el Señor se apareció dos veces a Abraham (Gn. 12:6-7; 18:1);

el encinar de Mamre que está en Hebrón, donde Abraham edificó un altar (Gn. 13:8);

el terebinto de Bet-el;

la encina de Jabes, donde los habitantes de las cercanías enterraron a Saúl y a sus hijos;

la encina de Ofra, donde el Señor se apareció a Gedeón;

el valle de Ela, donde David mató a Goliat;

el tamarisco de Beerseba, donde Abraham, después de establecer alianza con Abimelec, levantó un altar al Señor;

el tamarisco de Gabaa, donde Saúl recibió la noticia de que habían descubierto a David;

la palmera de Débora, donde ésta solía sentarse y donde los israelitas subían juntos para los juicios;

el granado de Migrón, donde estaba sentado Saúl cuando Jonatán intentó cruzar las filas enemigas de los filisteos

(Gn. 12:6-7; 18:1; Gn. 13:8; 1 R. 13:14; 1 Cr. 10:12; Jue. 6:11; 1 S. 17:2; Gn. 21:23-33; y 1 S. 22:6; Jue. 4:5; 1 S. 14:2). Estos pasajes y muchos otros nos indican hasta qué punto los árboles gozan de un carácter privilegiado, si bien accidental, en los hechos del pueblo de Dios. Los profetas y las leyes ordenan destruir todo árbol que pueda ser, aun indirectamente, objeto de veneración o de culto que solamente se debía rendir al Señor (Dt. 12:2-3; 16:21; Jer. 2:20).

(b) NT:

En el Nuevo Testamento el árbol se menciona en el sentido general de vegetación, o como en el caso de las parábolas de Jesús:

cuando compara el reino de Dios a un árbol frondoso en el cual todos los hombres tienen abrigo; o cuando lo compara al grano de mostaza (Mt. 13:22; Lc. 13:19); o

cuando enseña a discernir a los hombres buenos de los malos por sus frutos (Mt. 7:17-19);

los nuevos brotes de la higuera presagian el verano (Mt. 24:32; Lc. 21:29).

El árbol sirve también para simbolizar la reprobación final del pueblo que no recibió a Cristo, en los gestos y palabras del Bautista, cuando ya el hacha está puesta a la raíz para cortarlo y arrojarlo al fuego (Mt. 3:10; Lc. 3:9). Finalmente, los árboles estériles indican la maldición que impide dar buenos frutos (Mt. 34:32; Lc. 21:29). Con relación a los distintos árboles véanse los respectivos artículos.

 

exc, ÁRBOL (A.T.)

tip, FLOR

Algunos árboles del Antiguo Testamento tienen un significado especial en la historia del pueblo de Dios, ya que cerca de ellos tuvo lugar algún acontecimiento de especial significación; así:

la encina de More en Hebrón, donde el Señor se apareció dos veces a Abraham (Gn. 12:6-7; 12:18-1);

el encinar de Mamre que está en Hebrón, donde Abraham edificó un altar (Gn. 13:8);

el terebinto de Bet-el;

la encina de Jabes, donde los habitantes de las cercanías enterraron a Saúl y a sus hijos;

la encina de Ofra, donde el Señor se apareció a Gedeón;

el valle de Ela, (significa el valle del Roble o, valle de la Encina), donde David mató a Goliat;

el tamarisco de Beerseba, donde Abraham, después de establecer alianza con Abimelec, levantó un altar al Señor;

el tamarisco de Gabaa, donde Saúl recibió la noticia de que habían descubierto a David;

la palmera de Débora, donde ésta solía sentarse y donde los israelitas subían juntos para los juicios;

el granado de Migrón, donde estaba sentado Saúl cuando Jonatán intentó cruzar las filas enemigas de los filisteos

(Gn. 12:6-7; 18:1; Un. 13:8; 1 R. 13:14; 1 Cr. 10:12; Jue. 6:11; 1 S.17:2; Gn. 21:23-33; y 1 S.22:6; Jue. 4:5; 1 S.14:2). Estos pasajes y muchos otros nos indican hasta qué punto los árboles gozan de un carácter privilegiado, si bien accidental, en los hechos del pueblo de Dios. Los profetas y las leyes ordenan destruir todo árbol que pueda ser, aun indirectamente, objeto de veneración o de culto que solamente se debía rendir al Señor (Dt. 12:2-3; 16:21; Jer. 2:20).


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