La ciencia arqueológica se ha desarrollado muchísimo en los últimos sesenta años y gracias a ello hoy podemos constatar científicamente hechos y afirmaciones de los cuales la Biblia era la única evidencia que quedaba. En cuanto ciencia, estudia los restos de civilizaciones en su ambiente y marco, y en su lugar exacto, con unas técnicas especiales que permiten reconstruir los escenarios de los hechos mencionados en los textos antiguos.
Los límites de la arqueología bíblica están impuestos por la historia: desde la época de los patriarcas (hacia 1750 a.C.) hasta el siglo I d.C.; y por la geografía: Palestina y aquellos lugares relacionados con los personajes protagonistas de la epopeya bíblica o cuyas culturas influyeron en la vida de Israel: Egipto, Mesopotamia, Anatolia, Chipre, Persia, Fenicia, Siria, Grecia y Roma. Una rama especial de la historia, la epigrafía, interpreta los resultados de la búsqueda arqueológica; pero es evidente que no puede, ni mucho menos, probar o negar aquellas afirmaciones que están por encima de cualquier ciencia, porque son directa revelación de Dios, aunque sí nos prueba que en tal situación y en tal época existió un hombre o un pueblo con las características descritas en el texto bíblico.
Estos testigos del pasado, «colinas de ruinas» (llamados «tell», «construcciones», sepulcros con los restos y accesorios de los muertos), son examinados generalmente por medio de excavaciones. La arqueología bíblica dirige su atención a las excavaciones y hallazgos (armas, cerámica, adornos) de las poblaciones bíblicas y mira de fijar históricamente cualquier dato que de una manera u otra tenga relación con la Biblia. Su finalidad no es probar la verdad de los relatos de la Biblia, sino encontrar pruebas de la verdad histórica.
La historia de la arqueología palestinense comienza en 1890 con las excavaciones de Flinders Petrie en tell «el-hesi». Sus conocimientos han sido de importancia para el trabajo arqueológico posterior:
(a) Las colinas que los árabes llaman «tell» son colinas artificiales de escombros formadas por diferentes capas de poblados superpuestos. La primera población está edificada sobre roca o sobre tierra elevada. Después es destruida o abandonada. Los adobes se deshacen. Los siguientes pobladores aplanan el terreno y construyen sobre las antiguas ruinas. La altura de escombros crece con el número de poblados. El «tell» de Meguido, por ejemplo, alcanza una altura de 21 m.
(b) La finalidad de una excavación no es recoger piezas para un museo, sino conocer la historia de un lugar. Por lo tanto, tienen que considerarse todos los descubrimientos y, especialmente, el orden de las capas.
(c) Las formas de la cerámica cambian en los diversos períodos culturales. Los fragmentos resistentes de arcilla cocida son un importante medio para delimitar las capas y fijar su época.
Otras ayudas para determinar el tiempo de las capas de las excavaciones son el método de la radiactividad del carbono (para el tiempo anterior a los 3.000 años a.C.) y los hallazgos de monedas (a partir del tiempo de los persas).
Después de Petrie se han desarrollado dos métodos de hacer excavaciones: el primero saca las capas del «tell» una después de otra. Primeramente se mide la colina, después se deja al descubierto la primera capa, se busca el plan de las paredes encontradas, se fotografía la capa, se registran los hallazgos, se recogen los fragmentos marcados y las monedas, se unen los fragmentos, se enumeran, se describen con exactitud y, a ser posible, se les pone la fecha. Después se quita la capa y se hace lo mismo con la segunda parte (ejemplo: Jasor). Según el método del corte, usado por Mortimer Wheeler y Cathleen Kenyon, el «tell» es abierto por medio por una profunda zanja. Después se hacen otros cortes rectangulares a los muros hallados (ejemplos: Jericó, Ofel en Jerusalén).
Las inscripciones y los vestigios de escritura no son frecuentes en las excavaciones, y los hallazgos de bibliotecas enteras como las del Qumram solamente se dan de siglo en siglo; pero la ciencia arqueológica ha desarrollado técnicas precisas que permiten «leer» con una exactitud asombrosa la historia de las civilizaciones pasadas. El análisis de la alfarería y del pedernal nos ha provisto de una cronología de los eventos que, si bien es relativa, se convierte en absoluta cuando se tienen los documentos escritos de determinados períodos.
La arqueología nos ha dado una visión más coherente y dinámica del Medio Oriente de la que de él teníamos por las fuentes literarias (cuando teníamos la fortuna de poseerlas). Así se ha podido comprobar que estas culturas no permanecieron anquilosadas o en una situación inalterable, como pretendía la escuela panbabilonista de principios del siglo. Palestina y Siria recibieron las influencias de Egipto, Mesopotamia y el Egeo.
Los hallazgos arqueológicos han dado nueva fuerza a los datos literarios de la Biblia, y con frecuencia muchos hallazgos arqueológicos sólo de la Biblia reciben su confirmación.
Jamás debe olvidarse que los documentos históricos y los restos arqueológicos de una civilización dada son dos cosas distintas, si bien muchas veces se complementan.
Muchas hipótesis de biblioteca que se habían construido a base de análisis meramente teóricos cayeron por tierra a medida que la arqueología iluminó la evolución cultural de los pueblos antiguos y la vida diaria del pueblo palestinense. Piénsese, por ejemplo, en las peregrinas teorías que circulaban sobre la antigüedad de la Sagrada Escritura. Gracias a la ciencia arqueológica existe en ciertos círculos una más alta valoración de los relatos bíblicos y una actitud más abierta hacia el mensaje de la Biblia.
Diversos Institutos Arqueológicos trabajan en Palestina:
École Biblique et Archéologique Française,
Deutsches Evangelisches Institut für Altertumswissenschaft des Heiligen Landes,
Israel Exploration Society,
American Schools of Oriental Research y otras.
(Véase ÓSTRACA, PALESTINA; JERUSALÉN, VASIJA, etc.).