Encontramos el becerro de oro en dos ocasiones importantes de la historia de Israel: Aarón, el hermano de Moisés, obligado por el pueblo, erige uno en el desierto después del éxodo (Éx. 32:1-7), y Jeroboam levanta dos: uno en Bet-el y otro en Dan con ocasión de la división del reino (1 R. 12:28-29). La fiesta que ocasionó la hechura del becerro de oro en el desierto estuvo acompañada de orgías (Hch. 7:41). La representación del Dios trascendente por una imagen que los hebreos habían visto en Egipto indignó a Moisés y el legislador castigó severísimamente a los culpables. Aarón pudo salvar su vida gracias a que su participación en la rebelión fue obligada. La construcción de los becerros de oro en tiempos de la monarquía tuvo lugar en el siglo X cuando ya el pueblo estaba establecido en la tierra prometida y el monarca del norte quiso evitar que el pueblo viniese a Jerusalén. Esta adoración de una imagen hecha por hombres es condenada por los profetas (Os. 8:5-6; 13:2).
En todo el Oriente antiguo (Babilonia, Sumeria, Egipto) el toro, por su fuerza y fecundidad, era considerado símbolo de la divinidad. La religión de Moisés condenó esta práctica.