Las bibliotecas del Antiguo Oriente dependían de los templos o de los palacios. Aun cuando nada se sabe sobre los principios de la clasificación de los libros, es evidente que existían catálogos, ya que se conocen bibliotecas sumerias, hititas y egipcias que conservaban libros escritos en ladrillo cocido. Después, cuando el descubrimiento del papiro, los datos necesarios figuran al principio del rollo con el título y autor, pero en los escritos cuneiformes están al final de la tablilla. Las pequeñas colecciones de escritos se guardaban en una jarra o cesto.

Las grandes bibliotecas, que contenían el conjunto de ciencias conocidas por entonces: Textos religiosos, lexicográficos, adivinatorios, matemáticos, médicos, etc., comprendían también listas cronológicas, y aun copias de los anales reales, los documentos, las fundaciones y los tratados internacionales.

Se tomaban medidas especialísimas para completar las colecciones y reemplazar los textos desaparecidos: este esfuerzo se manifiesta de manera especial en la Biblioteca de Assurbanipal en su palacio de Nínive, en el siglo VII, cuya biblioteca contenía uno o varios textos acadios y sumerios conocidos en la época.

Paralelamente a las bibliotecas generales existían las especializadas, y así los magistrados podían encontrar todos los textos jurídicos en un lugar contiguo al tribunal. También los templos conservaban los libros sagrados. (Véanse ALEJANDRÍA, MARDIKH, NUZU, UGARIT, etc.).


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