Además del uso generalizado que tenía este termino como «jefe», refiriéndose a los cabezas de familia y a los cabezas de tribus se usaba simbólicamente de gobierno y poder como cuando Dios declaró que la Simiente de la mujer heriría la «cabeza» de la serpiente (Gn. 3:15).

En el NT el término «kephalë» se emplea para denotar la posición relativa del hombre en la Naturaleza, y de Cristo y de Dios: la cabeza de la mujer es el varón; la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de Cristo es Dios (1 Co. 11:3).

En otra relación, Cristo es el cabeza de la iglesia (Ef. 5:23; Col. 1:18); y Él es la cabeza de la iglesia por encima de todas las cosas (Ef. 1:22; Col. 2:10). Como cabeza de la iglesia, Cristo desplaza totalmente a cualquier otra autoridad controladora o directora. Así como la cabeza de un hombre conduce y controla su cuerpo, así Cristo tiene el control y la plena autoridad sobre Su iglesia.

En conexión con la autoridad, las instrucciones que ordenan a la mujer cubrirse la cabeza al estar en oración «no son debidas ni a las costumbres judías, que exigían que los hombres se cubrieran la cabeza (como sucede en la actualidad), ni a las costumbres griegas, por las cuales tanto hombres como mujeres iban descubiertos. Las instrucciones del apóstol eran "mandamientos del Señor" (1 Co. 14:37), y eran para todas las iglesias (1 Co. 14:33, 34)» (W. E. Vine, «Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento», Ed. Clíe, Vol. I, p. 352). (Véase ORACIÓN).

Es simplemente erróneo afirmar que en la Grecia antigua sólo las prostitutas salieran con la cabeza descubierta. La orden de Pablo está en marcado contraste con el hecho de que las mujeres del mundo grecorromano ofrecían sus sacrificios con la cabeza descubierta. No fue para mantenerse en armonía con las costumbres entonces corrientes que Pablo dio estos mandamientos, sino en franca oposición a los usos del medio pagano en que entonces, como ahora, se movía y se mueve la Iglesia de Dios.

En Apocalipsis 12:3 la «cabeza» simboliza una forma de poder o un reino; en 17:3, 9, las siete cabezas son siete montes sobre los que se sienta la mujer, representando a Roma, que comúnmente se menciona como «la ciudad de las siete colinas», la ciudad perseguidora del testimonio de Cristo, y del evangelio de la gracia de Dios.


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