En la antigüedad existían camas de muchos tipos diferentes.
Para los pobres, se limitaban a unas esteras que podían arrollarse por la mañana, y se podían guardar en un rincón. Así, una persona sanada podía «tomar» su cama (Mt. 9:6; Mr. 2:9, 11, 12; Jn. 5:8-12).
Para cubrirse, bastaba un cobertor, y en invierno uno más grueso; pero a menudo usaban sus propios vestidos. Esto explica la ley de que una capa tomada como prenda debía ser devuelta cuando se pusiera el sol, para que su propietario pudiera dormir abrigado en ella (Dt. 24:13).
Como cama propiamente dicha se usaban divanes sencillos. En Proverbios se nos da una descripción de una lujosa cama, «con colchas recamadas con cordoncillo de Egipto» (Pr. 7:16).
Se hacían camas con verdaderas armaduras de madera o incluso de hierro, como la del rey de Basán, Og (Dt. 3:11), y de marfil (Am. 6:4).