Las cerraduras de oriente eran muy burdas.
Eran de madera, con pasadores de madera que tenían clavija correspondiéndose con unos agujeros, y que mantenían asegurado el cierre.
La llave también de madera, con unas clavijas que se correspondían, levantaba las clavijas del pasador, permitiendo que éste se abriera hacia atrás (Jue. 3:24, 25; Neh. 3:3-15; Cnt. 5:5).