El corazón es a menudo mencionado en las Escrituras como el asiento de los afectos y de las pasiones, y también de la sabiduría y del entendimiento. De ahí que se lea de «el sabio de corazón» (Pr. 16:21); también, el Señor dio a Salomón «un corazón sabio y entendido» (1 R. 3:12).
Es el centro del ser del hombre. Pero antes del diluvio el veredicto pasado por Dios sobre el hombre fue que los pensamientos del corazón de ellos eran hacia el mal (Gn. 6:5). Un veredicto similar es el que se halla en Gn. 8:21, después que Noé saliera del arca.
El Señor Jesús añade que del corazón del hombre proceden los malos pensamientos y toda forma de maldad (Mr. 7:21).
La ley exigía al hombre que amara a Dios con todo su corazón.
La aceptación del evangelio tiene que ser en el corazón (Ro. 10:9), y Dios da la capacidad al oyente de recibir las buenas nuevas con un «corazón bueno y recto», lo cual da fruto (Lc. 8:15).
En la nueva creación hay un «puro corazón», siendo conducido el cristiano por el Espíritu Santo (1 Ti. 1:5; 2 Ti. 2:22; 1 P. 1:22).