= «bienamado».
Hijo de Isaí, y segundo rey de Israel. Su vida se divide en varios períodos.
(a) Juventud.
Transcurrió en Belén de Judá. Fue el menor de 8 hermanos (1 S. 16:10, 11; 17:12-14). En la genealogía de la tribu de Judá (1 Cr. 2:13-15) no aparecen más que siete de los hijos de Isaí, probablemente porque uno de ellos hubiera muerto sin descendencia. La madre de David es mencionada con ternura en los Salmos a causa de su piedad (Sal. 86:16; 116:16). La historia de los antepasados de David es variada, instructiva, y en general bella, pero también en ocasiones oscurecida por el pecado (Gn. 37:26, 27; 38:13-30; 43:8-10; 44:18-34; Nm. 1:7; Jos. 2:1-21; Rt. 4:17-22). David era rubio y de hermosa apariencia (1 S. 16:12). Como el menor de los hermanos, estaba encargado de pastorear las ovejas de su padre, y mostró su fidelidad y valor hasta el punto de dar muerte al león o al oso que atacara al rebaño (1 S. 16:11; 17:34-36). El joven, dotado de una capacidad notable para la música, tocaba el arpa con gran virtuosidad; más tarde compuso cánticos. Después que Dios hubiera rechazado al rey Saúl, envió al profeta Samuel a Belén, y le ordenó que ungiera a David para que fuera el sucesor de Saúl. No hubo proclamación pública, por temor a suscitar la hostilidad de Saúl. Samuel ungió a David en presencia de unos ancianos, que parece que no fueron informados acerca del objeto de esta unción (1 S. 16:4, 5, 13), pero Isaí y el mismo David ciertamente lo fueron. Éste fue un punto de inflexión en la vida del joven, y «el Espíritu de Jehová vino sobre David»; pero David no menospreció su humilde trabajo cotidiano.
(b) Al servicio de Saúl.
Abandonado por Dios, el rey Saúl estaba acosado por malos espíritus, sometido a depresiones y a crisis de demencia; sus servidores le aconsejaron que se sirviera. de un arpista, cuya música le calmaría su agitado ánimo. Alguien recomendó a David como excelente músico, joven valiente, de edad militar, lleno de prudencia, aun cuando no se había encontrado con la experiencia directa de guerra, y además gozando del favor del Señor (1 S. 16:14-18). Saúl le ordenó que viniera; la música de David le apaciguó, su carácter le complació, y pidió a Isaí que lo dejara en la corte, e hizo de él uno de sus escuderos (1 S. 16:16-23; cp. 2 S. 18:15). Al ejercer esta función, David se instruyó; llegó a conocer la guerra, a hombres eminentes, los lados bueno y malo de la vida de la corte. No estuvo constantemente junto a Saúl. Es indudable que el rey mejoró; David iba con frecuencia a Belén para pastorear las ovejas de su padre (1 S. 17:15). Mientras que él estaba allí, los filisteos invadieron Judá y acamparon a unos 24 Km. al oeste de Belén. Saúl asumió el mando del ejército israelita y marchó a su encuentro. Los tres hermanos mayores de David, que estaban en el ejército, se habían separado de su familia hacía unas 6 semanas. Isaí envió a David a que se informara de su suerte. El desafío de Goliat lo emocionó profundamente. Comprendiendo que el Señor quería servirse de él, David, para sacar el oprobio de Israel, inquirió acerca de este filisteo que desafiaba a los ejércitos de Dios viviente. Saúl fue informado acerca de sus palabras; dándose cuenta de las intenciones que tenía aquel joven, el rey permitió al pastor que se midiera con el gigante. Sin armadura, que encontraba un engorro. David, aprovechando su ligereza frente a la pesadez de movimientos del gigante, se dirigió hacia el filisteo con su honda y cinco piedras. Estaba convencido de que su causa era justa y de que Dios le ayudaría. Entre los antiguos, los combates singulares se acompañaban de insultos. Goliat se desplomó, alcanzado en la frente por una piedra de la honda. Al volver después del combate a Gabaa de Benjamín, la residencia de Saúl, o al tabernáculo de Nob, David pasó a Jerusalén y exhibió la cabeza del gigante, sin duda para desafiar a los jebuseos, dueños de la fortaleza (cp. Jos. 15:63; Jue. 1:8). En cuanto a la armadura de Goliat, la puso en su tienda (1 S. 17:54). La espada del gigante fue depositada en el tabernáculo (1 S. 21:9). Después de la victoria de David, nos sorprende ver que Saúl pregunta: «¿De quién es hijo ese joven?» (1 S. 17:55, 58). ¿Acaso no conocía a éste que tantas veces había tocado el arpa ante él? (1 S. 16:17-23). Esto se explica de dos maneras: o bien el joven David se había desarrollado y cambiado mucho, o bien la pregunta del rey tenía que ver con la posición social y material de su familia, de lo que no se había preocupado hasta entonces. Recordemos que Saúl había prometido casar al vencedor con su hija, y liberar de impuestos a la casa de su padre (1 S. 17:25; 18:18); descubrió que no tenía razón alguna para sentirse avergonzado de asociarse con la familia del joven. La victoria conseguida sobre Goliat marca otra etapa en la vida de David. El valor, la humildad, la piedad de David le ganaron el afecto desinteresado y fiel de Jonatán, hijo de Saúl (1 S. 18:1). Saúl no dejó ya a David volver periódicamente a casa de su padre, sino que le retuvo en la corte (1 S. 18:2). Los vítores que se hicieron a David como vencedor suscitaron la envidia de Saúl, que se hizo enemigo de David (1 S. 18:6-9) El rey comprendió que la predicción de Samuel acerca del traspaso del reino a uno mejor que él (1 S. 17:29) se iba a cumplir en la persona de David y trató de oponerse a ello. Intentó dar muerte a David con su lanza (1 S. 18:10-11). Habiendo fallado en su intento le envió a dirigir expediciones militares (1 S. 18:13). Dio a otro la hija que había prometido a David (1 S. 18:17-19). Aprovechando el amor de David hacia su hija Mical, Saúl intentó hacerle morir a manos de los filisteos (1 S. 18:20-27). Mientras tanto, la popularidad de David iba en continuo crecimiento (1 S. 18:29-30); el temor de Saúl fue en aumento, y dejó de esconder sus deseos de matar a David (1 S. 19:1). Y los partidarios de Saúl no intentaron disuadirle de esta intención (1 S. 24:10; Sal. 7, encabezamiento). Los celos del rey, amortecidos temporalmente, se avivaron; intentó otra vez atravesar a David con su lanza (1 S. 19:4-10), ordenando después su arresto, escapando gracias a la estratagema de Mical (1 S. 19:11-18). Fue entonces que David escribió el Salmo 59. Huyó después a Samuel en Ramá, donde Saúl intentó todavía apresarle (1 S. 19:18-24). David se salvó, se reunió con Jonatán, a quien hizo sabedor que no podía volver a la corte, donde su vida estaba amenazada (1 S. 20).
(c) El héroe fugitivo.
Angustiado en su confianza en Dios, y desesperado, David huyó de Saúl. Deteniéndose en Nob, su fe decaída, mintió (1 S. 21:1-9); después se fue precipitadamente a Gat, para ponerse bajo la protección de Aquis, enemigo de Saúl. Pero los príncipes filisteos rehusaron dar asilo a aquel que los había humillado; ante el peligro que corría en sus manos (1 S. 21:14; Sal. 56, encabezamiento), David se fingió loco, y Aquis lo expulsó. Recobrando la confianza en Dios (Sal. 34) el fugitivo volvió a Judá, y habitó en la cueva de Adulam (1 S. 22:1), en tanto que ponía a sus padres a cubierto en Moab (1 S. 22:3, 4). Una compañía de hombres, proscritos o endeudados, descontentos, empezó a unirse a David; este grupo, de unos 400 hombres, acabó siendo de unos 600. Entre ellos se hallaban Abiatar, sacerdote de Jehová, que había escapado de la masacre de los sacerdotes de Nob, y había traído un efod; el profeta Gad, que probablemente se había unido a David en Ramá (1 S. 22:5, 20; 23:6). Así David tenía apoyo espiritual y un grupo de fieles. De Adulam pasó a Keila, ciudad que libró de manos de los filisteos (1 S. 23:1-5). Enterándose de que Saúl quería encerrarle en Keila, huyó al desierto de Judá (1 S. 23:14; Sal. 63). Los de Zif informaron a Saúl, que le persiguió hasta que una invasión filistea le obligó a cesar esta persecución (1 S. 23:14-28). Cuando hubo solucionado el asunto de los filisteos, Saúl empezó la búsqueda de David por el desierto vecino de En-gadí. Allí tuvo que inclinarse ante la grandeza de alma de David que, habiendo tenido la posibilidad de dar muerte al rey Saúl dentro de la cueva, le perdonó la vida (1 S. 24; Sal. 57; 142). David y su cuadrilla de guerreros defendieron las propiedades israelitas, que estaban expuestas a incursiones (1 S. 23:1; 25:16, 21; 27:8). Por lo general, los defensores recibían su alimento como precio de sus servicios. Sin embargo, David nunca había pedido nada de Nabal, ni siquiera los alimentos que hubieran sido la compensación ordinaria. Exasperado por el insulto de Nabal, David decidió destruir a Nabal y a todos sus hombres. Pero la sabiduría y diplomacia de la mujer de Nabal le detuvo (1 S. 25). Cuando ella enviudó, David la tomó como esposa. Llegó otra vez a los alrededores del desierto de Zif, cuyos moradores volvieron a dar aviso a Saúl, que de nuevo se lanzó en persecución de David. Éste volvió a demostrar su magnanimidad al no dar muerte al rey, dormido y a su merced. Se conformó con llevarse su lanza y su vasija de agua (1 S. 26). Cansado de huir de Saúl, David se fue del territorio de Judá y obtuvo permiso de Aquis para ocupar Siclag. una ciudad fronteriza, lindando con el desierto de Neguev. Estuvo allí un año y 4 meses, protegiendo a los filisteos de las tribus del desierto, y devastaba ciudades alejadas, incluso en la misma tierra filistea (1 S. 27). Cuando los filisteos se reunieron en Gilboa para atacar a Saúl, sus príncipes no quisieron que David les acompañara (1 S. 28:1, 2; 29). Volviendo a Siclag, David descubrió que los amalecitas la habían saqueado e incendiado. Los persiguió, y recobró todo el botín. Cuando supo el resultado de la batalla de Gilboa, compuso una elegía acerca de la suerte de Saúl y de Jonatán (2 S. 1).
(d) Rey de Judá.
Después de la muerte de Saúl, la tribu de Judá, a la que pertenecía David, lo eligió como rey; comenzó a reinar en Hebrón (2 S. 2:1-10) a la edad de 30 años (2 S. 5:4). El resto de las tribus, dirigidas por Abner, una de las personalidades con mayor capacidad de Israel, proclamó rey a Is-boset, hijo de Saúl. Este pasó a Mahanaim. Durante los dos años siguientes hubo guerra abierta entre los partidarios de Is-boset y los de David. Los asesinatos de Is-boset y de Abner fueron condenados por él. Cesó la guerra civil (2 S. 2:12-4:12) El reino de David en Hebrón duró 7 1/2 años. Sus hijos Amnón, Absalón y Adonías nacieron en Hebrón. David tenía ya varias mujeres (2 S. 2:11; 3:1-5; 5:5)
(e) Rey de Israel.
A la muerte de Is-boset, David fue elegido rey por todas las tribus (2 S. 5:1-5) y se dispuso de inmediato a consolidar la monarquía. Diversas ciudades del territorio de Israel estaban tomadas por guarniciones de los filisteos, y otras estaban tomadas por los cananeos. David comenzó el asedio de Jerusalén, fortaleza de los jebuseos. Sus habitantes la consideraban inexpugnable, pero David la tomó al asalto; hizo de ella su capital; hábiles artesanos de Tiro le hicieron un palacio. La nueva capital se hallaba en los confines de Judá y de Israel. Su situación debería contribuir a apagar los sentimientos de celos entre el norte y el sur. Al arrebatar la ciudad a los cananeos, David abrió la importante ruta de comunicación entre el norte y el sur, facilitando los intercambios, y coadyuvando a la unificación del reino. Los filisteos invadieron dos veces el país, sufriendo dos derrotas cerca de Jerusalén (2 S. 5:17-25; 1 Cr. 14:8-17). Después de su segunda victoria sobre los filisteos, el rey invadió su país, apoderándose de Gat. Esta conquista seguida de breves expediciones (2 S. 21:15-22) sometió de tal manera a los filisteos que estos enemigos hereditarios dejaron de inquietar a Israel durante siglos. Cuando el reino quedó consolidado, David se ocupó de la cuestión espiritual. Hizo traer el Arca del Pacto, que estaba en Quiriat-jearim, con solemnes fiestas, sacrificios y acciones de gracias (Jos. 15:9; 2 Cr. 13:1-14; 15:1-3). Después organizó el culto de una manera grandiosa (1 Cr. 17:1-27; 22:7-10). La gracia divina colmó a David de bendiciones. Con el fin de afirmar la seguridad de la nación y de preservarla de idolatrías, así como de vengar los insultos de los que la amenazaban, David guerreó contra pueblos vecinos, sometiendo a los moabitas, a los arameos de Soba y de Damas, a los amonitas, a los edomitas y los amalecitas (2 S. 8:1-18; 10:1-19; 12:26-31). El reino llegó de esta manera a los límites prometidos a Abraham mucho tiempo antes (Gn. 15:18). Fue durante la guerra contra los amonitas que David cometió su gran pecado, con el asunto de Urías heteo. Dios lo juzgó por medio del profeta Natán, que declaró que la espada no se apartaría jamás de la casa del rey (2 S. 11:1-12:23). David se humilló verdaderamente, y se arrepintió. Dios lo castigó de manera directa, y también indirecta, ya que David cosechó lo que su ejemplo había sembrado en su familia. El hijo que había tenido de la mujer de Urías murió (2 S. 12:19). La violación de la ley moral, la lujuria, y la sed de venganza, se manifestaron dentro de su propio hogar (2 S. 13). La ambición desencadenada, con rebelión contra el padre, triunfó durante un cierto tiempo en el mismo seno de su familia, y fue causa de una guerra civil (2 S. 14:19). El espíritu de descontento y de celos entre las tribus, que Absalón había avivado, reapareció después de la supresión de su revuelta en otra rebelión, la de Seba (2 S. 20). David hizo justicia a los gabaonitas, de manera solemne, según las ideas de la época, vengando la sangre que Saúl había derramado a pesar del juramento de Josué (2 S. 21). David cayó en el pecado de orgullo y ordenó el censo del pueblo. El castigo de ello fue una peste (2 S. 24; 1 Cr. 21). A propósito de esto se dice en un pasaje que Dios excitó a David a que actuara de esta manera (2 S. 24:1), y por otra parte que este acto fue instigado por Satán (1 Cr. 21:1). Las dos declaraciones son evidentemente complementarias: Dios permitió que Satán tentara a David, por cuanto su estado espiritual y el del pueblo demandaban un castigo, dándose con ello motivo para él. El rey reunió los materiales para la construcción del templo, y hacia el fin de su reinado aseguró que Salomón sería su sucesor (1 R. 1). Le encargó que castigara a aquellos que, bajo el reinado de David, habían escapado a la justicia (1 R. 2:1-11). David murió a los 71 años; había reinado 40 años (o, más exactamente, 40 1/2, 7 1/2 de ellos en Hebrón, y 33 en Jerusalén (2 S. 2:11; 5:4, 5; 1 Cr. 29:27). Sobre todo, se le llama a David «el dulce cantor de Israel» (2 S. 23:1). La tradición hebrea atribuye a este rey la composición de 73 salmos. (Ver SALMOS [LIBRO DE LOS]).
(f) Resumen.
En general, su fidelidad al Señor fue de tal calibre que se le llama «el varón según el corazón de Jehová» (1 S. 13:14). En las mismas Escrituras se declara que él hizo siempre lo recto a los ojos del Señor, «salvo en lo tocante a Urías heteo» (1 R. 15:5). Habiendo servido los designios de Dios en su generación, durmió (Hch. 13:36). Fue inmensa su influencia en el seno de la humanidad. Fue él, más que Saúl, quien instauró la monarquía en Israel. Su influencia espiritual se perpetúa por sus salmos, que la cristiandad entera atesora siglo tras siglo.
David es un tipo notable del Señor Jesucristo: cuando era perseguido por Saúl, prefiguraba a Cristo en Su rechazamiento; cuando en el trono, fue un tipo de Cristo como varón de guerra, destruyendo a Sus enemigos como paso previo a Su reinado de paz durante el Milenio, tipificado por Salomón. David fue el receptor del Pacto Davídico, por el que el Señor le dio la promesa incondicional de darle una descendencia eterna, y un trono estable eternamente. Esta profecía se cumple en Cristo Jesús, su descendiente según la carne (Mt. 1:1). El Señor Jesús recibe con frecuencia el nombre de Hijo de David, y con todo Él es Señor de David; sobre este hecho hizo una pregunta a los judíos (Lc. 20:41-44). También recibe el nombre de «raíz y linaje de David» (Ap. 22:16). Siendo Dios, así como hombre, bien puede ser ambas cosas. Tiene también la llave de David (Ap. 3:7; cp. Is. 22:22-24). Tiene en Sus manos todo el destino de la Iglesia, del futuro reino sobre la tierra, y en general de las naciones. En Él se cumplirá en su plenitud el pacto dado por Dios a David (2 S. 7:8-17), confirmado a través de Jeremías (Jer. 23:5-8; 33:14-21) y presentado como esperanza todavía futura para la nación de Israel al finalizar el recogimiento, de entre los gentiles, de un pueblo para Su nombre (Hch. 15:16).