DECÁLOGO, (también DIEZ MANDAMIENTOS)
Tiene un puesto singular como escrito sobre tablas de piedra por «el dedo de Dios» (Éx. 31:18; Dt. 10:4: en este último pasaje la palabra usada es «debarim», «las diez palabras», y de ahí «decálogo»). También recibe la designación de «las palabras del pacto» (Éx. 34:28). Fue después de oír estos diez mandamientos, proclamados por Dios mismo de manera que los oyó todo el pueblo, que los israelitas dijeron a Moisés: «Acércate tú, y oye todas las cosas que diga Jehová nuestro Dios; y tú nos dirás todo lo que Jehová nuestro Dios te diga, y nosotros oiremos y haremos» (Dt. 5:27).
Las dos piedras reciben también el nombre de «las tablas del testimonio» (Éx. 34:29), y fueron depositadas en el arca del pacto (Éx. 20:20; 1 R. 8:9; He. 9:4), sobre las que había dos querubines como guardianes de los derechos de Dios junto con el propiciatorio.
Pablo se refiere a la entrega de las dos tablas de piedra de parte de Dios a Israel (que, aunque lleno de gracia y misericordia, no podía absolver al culpable), en medio de gloria, cuando describe los mandamientos escritos sobre ellas como «ministerio de muerte», en contraste con aquello que habla de la gloria del ministerio del Espíritu, del testimonio de Cristo, que es justicia para todo aquel que cree, habiendo sido puesto como propiciación «por medio de la fe en su sangre, para mostrar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados cometidos anteriormente, con la mira de mostrar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (2 Co. 3:7-11; Ro. 3:25-26).
El Decálogo es la demanda de la justicia divina exigida al hombre pecador, incapaz de cumplirla, y por ello bajo la justa condenación de parte de Dios; es la gracia la que nos hace partícipes, por la fe, de la justicia de Dios como don gratuito, con la regeneración a una vida nueva en santidad y justicia (Ro. 4).