En hebreo «Mizraim» (realmente, «Mitsraim»), es una forma dual, que significa «los dos Matsors», en opinión de algunos, y que representan el Alto y el Bajo Egipto. También recibe el nombre de «Tierra de Cam» en el Sal. 105:23, 27; y «Rahab», que significa «el soberbio», en el Sal. 87:4; 89:10; Is. 51:9. (Este nombre no es en hebreo el mismo que el de la ramera Rahab, que es exactamente Rachab.). El Alto Egipto recibe el nombre de «Patros», o «tierra del sur» (Is. 11:11). El Bajo Egipto es Matsor en Is. 19:6; 37:25, traducido en la RVR como «fosos» en el primer pasaje, y «Egipto» en el segundo. Egipto es uno de los más antiguos y renombrados países. La fecha de su fundación es objeto de muchas y diversas hipótesis, que han ido siendo revisadas con el paso del tiempo.
I - Historia
Por lo general, la historia del antiguo Egipto se divide en tres partes.
1. Imperio Antiguo, desde su comienzo a la invasión de Egipto por los hicsos o Reyes Pastores. Esto, en base al modelo comúnmente aceptado, abarcaría las once primeras dinastías. En algunas de estas dinastías los reyes residían en Menfis, y los de otras en Tebas. Ello suscita la importante cuestión de si algunas de las dinastías fueron contemporáneas en su existencia. A las primeras cuatro dinastías les son atribuidas la construcción de la Gran Pirámide y las pirámides segunda y tercera, y también la construcción de la Esfinge de Gizeh.
2. El Imperio Medio empezó, en el modelo comúnmente aceptado, con la duodécima dinastía. Algunos hicsos se habían establecido en el Bajo Egipto ya bajo la sexta dinastía; extendieron su poder en la decimocuarta dinastía, y reinaron supremos durante la decimoquinta, decimosexta y decimoséptima dinastías. Eran semitas de Asia. Se establecieron en el norte de Egipto en Zoam, o Tanis y Avaris, mientras que en el sur reinaban reyes egipcios. Se supone que mantuvieron el poder en el norte durante unos 500 años, pero otros creen que su dominio fue mucho más corto. (Véase HICSOS).
3. El Imperio Nuevo fue inaugurado por la expulsión de los hicsos en la decimoctava dinastía, cuando Egipto recuperó su anterior poder, tal como lo vemos por el AT.
La primera mención de Egipto en las Escrituras es cuando Abraham fue a morar allí debido a un periodo de hambre. Se dirigió al mundo en busca de ayuda, y ello condujo al patriarca a una conducta por la que fue reprendido por Faraón, el príncipe del mundo (Gn. 12:10-20). Toda la temática cronológica de este período es muy debatida, entrando en juego distintas variables y diferentes métodos de cálculo. Se puede calcular, sin embargo, que alrededor del año 1700 a.C. José fue llevado a Egipto, y vendido a Potifar. Siguió su exaltación, con motivo del sueño de Faraón con respecto al período de hambre que iba a venir sobre la tierra. Courville (ver Bibliografía) sitúa el inicio de los siete años de hambre alrededor del año 1665 a.C. Luego Jacob y toda su familia descendieron a Egipto. (Véase JOSÉ). Al final se levantó un rey que no conocía a José, y los hijos de Israel quedaron reducidos a la esclavitud (véase PLAGAS DE EGIPTO). A la muerte de los primogénitos de los egipcios, Israel abandonó Egipto (véase ÉXODO).
De gran interés son las siguientes cuestiones:
¿Cuál de los reyes de Egipto fue el que exaltó a José?
¿Cuál fue el rey que no conoció a José?
¿Cuál fue el faraón reinante en la época de las plagas y del Éxodo?
Aquí hay opiniones encontradas, sugiriendo unos que el faraón que exaltó a José fue uno de los hicsos y que el faraón de la opresión fue Ramsés II; el faraón del Éxodo hubiera sido Menefta, hijo suyo. Este último tuvo un hijo, Seti II, que hubiera debido morir en la última plaga de Egipto, si su padre fue el faraón del Éxodo. Los monumentos registran la muerte de su hijo, y no se ha hallado la momia del padre, pero sí hay inscripciones acerca de que siguió viviendo y reinando después de la muerte de su hijo. Esto no concuerda con el hecho de que el faraón del Éxodo murió en el mar Rojo (cp. Sal. 136:15; Éx. 9:15). Además, Menefta ha sido descrito como «débil, irresuelto, y carente de valor físico», y se cree que jamás se hubiera aventurado a lanzarse al mar Rojo. Al no darnos las Escrituras los nombres de los faraones en el Pentateuco, no hay realmente ningún enlace directo entre los allí mencionados y los reyes hallados en los monumentos. Hay egiptólogos que consideran unos reyes más probables que los anteriores, situando el tiempo de José antes del período de los Hicsos, y otros que lo sitúan después de la salida de ellos.
Sin embargo, el esquema más probable es el dado por Velikovsky y Courville. Ambos autores documentan la identificación de los hicsos con los Amu y Amalecitas. Entonces, el establecimiento de los hicsos en Egipto coincide con la salida de los israelitas en el Éxodo. Las hordas amalecitas que se enfrentaron con los hebreos que salían de Egipto (cp. Éx. 17:8-16) pudieron penetrar después fácilmente en un Egipto devastado, saqueado, con el ejército sepultado en el mar Rojo, sin faraón reinante, y con el heredero asimismo muerto. Esto está apoyado por el papiro de Ipuwer, que documenta estos acontecimientos, y que está ampliamente tratado por los mencionados Velikovsky, Courville, y también por el Greenberg (véanse Bibliografía y el artículo ÉXODO).
La era de Saúl vio la derrota de los amalecitas. Las cuidadosas investigaciones de Velikovsky y Courville permiten establecer que esto marcó el final del imperio hicso (amalecita) en Egipto, y el inicio de la decimoctava dinastía. De esta manera, tenemos a Ahmose, el fundador de esta dinastía, junto con Amenhotep I, como contemporáneos de Saúl y de David, y a Salomón como contemporáneo de Tutmose y de Hatsepsut. Son muchas y poderosas las evidencias que llevan a esta conclusión, examinadas detalladamente por los citados autores en su profunda revisión de los esquemas clásicos de la historia de Egipto, apoyados, por otra parte, en muy endebles bases.
El primer faraón que hallamos mencionado por su nombre en las Escrituras es Sisac (1 R. 11:40; 14:25, 26: 2 Cr. 12:2-9). Dio refugio a Jeroboam cuando huyó de Salomón, y después de la muerte de Salomón invadió Judea con 1.200 carros, 60.000 jinetes y tropa innumerable. Tomó las ciudades fortificadas y saqueó Jerusalén y el templo. Comúnmente se le identifica con Sesonk I, primer faraón de la vigesimosegunda dinastía. Sin embargo, el peso de la evidencia monumental y de las inscripciones identifica a Sisac con Tutmose III. La identificación hecha con Sesonk por la semejanza de nombre y por su cercanía en el esquema cronológico comúnmente aceptado no tienen fuerza alguna. Se pasa por alto el hecho de que los reyes egipcios tenían muchos nombres. A menudo eran conocidos en países vecinos por apelaciones que no tenían nada que ver con sus nombres regios. Asimismo su sucesor, Amenhotep II, también puede ser identificado históricamente con el etíope Zera, que fue contra Asa con 1.000.000 de hombres y 300 carros. Asa rogó la ayuda del Señor, declarando que su confianza estaba en Él. Dios respondió a su fe, y las huestes egipcias fueron vencidas, tomando Judá gran cantidad de despojos (2 Cr. 14:9-13).
Posteriormente, la alianza de Oseas, rey de Israel, con So, provocó el ataque de Asiria contra el reino de Israel y su aniquilación. La identidad de So, en base a la cronología revisada, resulta ser Ramsés II. El nombre de trono de Ramsés II, de entre los 75 nombres aceptados para este rey, era Ra-user-Maat-So-tep-en Ra. Con un nombre así, no es de sorprender que se usara una abreviación.
Otro rey de Egipto mencionado en las Escrituras es Tirhaca o Taharka (el Tehrak de los monumentos), que se lanzó contra Asiria en el año 14 de Ezequías. Senaquerib estaba atacando Libna cuando oyó que el rey de Etiopía (clasificado en la vigesimoquinta dinastía) había salido a luchar contra él. Senaquerib envió una segunda carta amenazadora a Ezequías; sin embargo, Dios destruyó su ejército por la noche, de una manera milagrosa. Pero Tirhaca fue después derrotado por Senaquerib, y una vez más en la conquista de Egipto por Essar-hadón (681-669). Essar-hadón murió en una segunda campaña contra Egipto para aplastar una revuelta contra los dominadores asirios (668 a.C.). Fue Assurbanipal quien logró la sumisión de Egipto, instalando como rey de Egipto a Sheshonk (Sesonk I). Éste era hijo de Namaret, el general de Assurbanipal en la campaña de Egipto. El abuelo de Sesonk I se llamaba Pallashnes, y tenía también el nombre de Sheshonk, como lo indica Bugsch, documentando irrefutablemente el hecho de que la vigesimosegunda dinastía tuvo un origen asirio.
Egipto intentó recuperarse de esta postración bajo Psamético I de Sais (vigesimosexta dinastía), y en los días de Josías, el faraón Necao, ansioso de rivalizar las glorias de las dinastías decimoctava y decimonovena, se dispuso a atacar al rey de Asiria y a recobrar la influencia tanto tiempo perdida de Egipto sobre Siria. Josías se opuso a Necao, pero murió en la batalla de Meguido. Necao prosiguió hasta Carquemis, y volviendo a Jerusalén depuso a Joacaz y lo llevó a Egipto (donde murió), poniendo en su lugar a su hermano Eliaquim, y dándole el nombre de Joacim. Impuso un tributo de cien talentos de plata y un talento de oro (2 R. 23:29-34; 2 Cr. 35:20-24; Jer. 26:20-23). Que Necao fuera capaz de atacar al rey de Asiria en un lugar tan lejano como Carquemis muestra el poder de Egipto en aquel entonces, pero el poder de Babilonia estaba creciendo, y después de tres años Nabucodonosor derrotaba al ejército de Necao en Carquemis, recuperando todo el terreno entre el río de Egipto y el Éufrates. «Y nunca más el rey de Egipto salió de su tierra» (2 R. 24:7; Jer. 46:2-12). El Necao de las Escrituras es el Nekau de los monumentos, un rey de la vigesimosexta dinastía.
Los escritores griegos y los monumentos egipcios mencionan a Psamético II como sucesor de Necao, y después a Apries (Uahabra en los monumentos), el Hofra de las Escrituras (Jer. 44:30). Sedequías había sido hecho gobernador de Jerusalén por Nabucodonosor, pero se rebeló e hizo alianza con Hofra (Ez. 17:15-17). Cuando los caldeos asediaron Jerusalén, Hofra, fiel a su palabra, entró en Palestina. Nabucodonosor levantó el sitio, atacó y derrotó a Hofra, y después volvió a poner sitio a Jerusalén. Tomó la ciudad y la devastó con fuego (Jer. 37:5-11).
Hofra estaba lleno de soberbia, y se registra que dijo que ni su dios podía vencerle. Ezequiel se hallaba en Babilonia, y en su profecía (Ez. 29:1-16) predecía la humillación de Egipto y de su rey «el gran dragón que yace en medio de sus ríos». Egipto iba a quedar asolado desde Migdol hasta Sevene, hasta el mismo límite de Etiopía, «por cuarenta años». Abdallatif, un escritor árabe, dice que Nabucodonosor devastó Egipto y lo arruinó por haber dado asilo a los judíos que huyeron de él y que quedó asolado durante cuarenta años Otras profecías fueron proclamadas contra Egipto (Ez. 30; 31; 32). Dios entregó a Hofra «en manos de los que buscan su vida» (Jer. 44:30), de entre los de su propio pueblo.
Cuando Nabucodonosor hubo destruido Jerusalén, dejó a algunos judíos en la tierra de Palestina bajo Gedalías el gobernador; pero al ser asesinado Gedalías, huyeron a Egipto, llevando consigo a Jeremías a Tafnes (Jer. 43:5-7). El profeta pronunció desde allí profecías contra Egipto (Jer. 43-44). La serie de profecías da una fecha aproximada para la devastación de Egipto por parte de Nabucodonosor. Al tomar Tiro «no tuvieron paga» (salvaron sus tesoros huyendo por mar), y por ello iba a tener Egipto como recompensa. Tiro fue tomada en el año 572 a.C., y Nabucodonosor murió el 562 a.C., lo que deja un margen de diez años (Ez. 29:17-20).
Después de Nabucodonosor, Egipto quedó tributario a Ciro. Cambises fue su primer rey persa de la dinastía vigesimoséptima. Al caer el imperio persa, Alejandro Magno se apoderó de Egipto y fundó Alejandría. A la muerte de Alejandro los Ptolomeos reinaron sobre Egipto durante 300 años. Algunos de los actos de los Ptolomeos fueron profetizados por Daniel (Dn. 11). (ver ANTÍOCO). En 30 a.C., Octavio César entró en Egipto, y vino a ser una provincia romana. En el año 639 d.C., los sarracenos arrebataron Egipto al imperio bizantino, y los turcos dominaron Egipto hasta finales del siglo XVIII. A principios del siglo XIX, Egipto fue escenario de las luchas entre franceses, ingleses, turcos, viniendo a ser colonia británica en 1882, hasta 1922, en que el mariscal Allenby otorgó una declaración de independencia. En 1936 el ejército británico abandonó Egipto, excepto la franja del Canal de Suez, que no fue abandonado hasta 1954. Desde entonces, Egipto ha mantenido una postura continua de hostilidad contra el Estado judío de Israel, renacido políticamente el año 1948. Esta enemistad se ha visto paliada en años recientes, desde la visita de Anwar al-Sadat a Jerusalén, y la firma de acuerdos de paz con Israel en 1978.
Hemos visto que Egipto fue en el pasado histórico capaz de llevar un millón de soldados a Palestina; también de hacer frente a Asiria. También registra la historia su influencia sobre Fenicia y sus encarnizadas guerras contra los hititas, con los que al final hizo un tratado, que se da entero en los monumentos.
Algunas de las profecías dadas, aunque se aplican a eventos ya sucedidos hace tiempo, pueden tener todavía una aplicación futura. Por ejemplo: «Y Jehová será conocido de Egipto, y los de Egipto conocerán a Jehová en aquel día, y harán sacrificio y oblación... En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la tierra; porque Jehová de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad» (Is. 19:21-25; cp. Sof. 3:9, 10). Ciertamente, estas afirmaciones se aplican a una época en que Dios dará bendición a Egipto. Esto es una cosa que pudiera chocar, siendo que Egipto es un tipo del mundo, el lugar en el que la naturaleza satisface sus concupiscencias, fuera de lo cual es llamado el cristiano; pero en el milenio la tierra recibirá bendición, y entonces ninguna nación recibirá bendición en tanto que no reconozca a Jehová y su Rey, que reinará, así, sobre toda la tierra. Entonces, «vendrán príncipes de Egipto; Etiopía se apresurará a extender sus manos hacia Dios» (Sal. 68:31).
Se debe recordar también que Egipto fue el lugar donde moró el pueblo de Dios, Israel. Fue un rey de Egipto quien ordenó la traducción del Antiguo Testamento al griego, la LXX, citada por el mismo Señor aquí en la tierra; y fue a Egipto que huyó José con el niño Jesús y su madre frente a la amenaza de Herodes. Egipto fue una caña quebrada en la que se apoyaron los israelitas; les oprimió e incluso atacó o saqueó Jerusalén. Pero ha recibido castigo y permanece postrado hasta el día de hoy; como reino del sur todavía jugará un papel en la historia futura (cp. Dn. 11:42 43). Después Dios lo sanará y le dará bendición; en gracia dirá: «Bendito el pueblo mío Egipto».
II - La tierra
La conformación de Egipto es peculiar. El Nilo forma, en su desembocadura en el Mediterráneo, un delta; este había llegado a tener siete brazos (Is. 11:15), pero ahora tiene sólo dos ramas. Es el río más largo del mundo con 6.671 Km de longitud. A cada lado del valle por el que corre el río se halla una cadena de montes, a partir de los cuales reina el desierto. El valle del Nilo tiene una anchura pocas veces superior a los veinte Km. El delta y el valle son muy fértiles, aunque han surgido problemas desde la construcción de la presa de Asuán, que retiene gran parte de los sedimentos que el Nilo arrastra en sus crecidas anuales. En efecto, históricamente, las inmediaciones del Nilo quedaban inundadas anualmente, quedando depositados en las márgenes del río grandes cantidades de sedimentos muy ricos para la agricultura. Hay un sistema de canales de irrigación que llevan el agua por todo el valle.
El delta, y hasta Noph (Menfis, 29° 51' N), constituyen el Bajo Egipto; desde Noph hasta la primera catarata (24° N) es el Alto Egipto, aunque el límite político del Egipto actual se extienda más hacia el sur. Las coronas emblemáticas que representaban a ambos distritos no eran iguales, pero las dos quedaron unidas en una sola cuando un rey reinó sobre todo Egipto.
En los múltiples cambios en las diferentes dinastías hubo también cambios en los límites. Cus o Etiopía, se extendía mucho más al sur, pero en las Escrituras se menciona frecuentemente junto con Egipto (Sal. 68:31; Is. 11:11; 20:4; 43:3; 44:14; Nah. 3:9). Reyes etíopes reinaron sobre Egipto, y se hallan incluidos en sus listas de reyes.
III - Población
Los antiguos egipcios eran descendientes de Cam, pero sus descendientes eran numerosos y diversos. Por lo que su nombre implica, Egipto se asocia naturalmente con Mizraim; pero se cree que los egipcios de la época de los monumentos más antiguos eran del tipo circasiano, y que aparentemente descendían de Cus y no de Mizraim. El examen de las momias del Imperio Antiguo muestra que su estructura no concuerda con la raza negra, descendiente también de Cam. Los antiguos egipcios están clasificados entre las razas blancas; los etíopes eran más oscuros, y los que se hallaban más al sur eran considerablemente más oscuros. Los coptos del moderno Egipto son considerados los descendientes de la raza antigua.
Los monumentos muestran que los antiguos egipcios eran un pueblo sumamente civilizado y educado desde sus mismos orígenes; no hay indicio alguno de ningún origen procedente de la barbarie; sus primeras magnas obras están entre las mejores. Si el hombre ha sido hallado en condiciones de brutalidad y de degradación es porque ha «caído» en su condición original en la que fueron creados Adán y Eva. En la Biblia leemos que ya antes del Diluvio se había descubierto el uso del bronce, el cobre y del hierro, y éstas y otras artes se hallan en el país de Egipto, fundado poco después del Diluvio. También se cultivaron en Egipto las ciencias, incluyendo la Astronomía. El templo de Karnak es un ejemplo del tamaño de sus edificaciones.
IV - Religión
Los egipcios eran un pueblo sumamente religioso, y aunque su religión era idolatría, era sin embargo una idolatría mucho más moderada y moral que la practicada por los cultivados griegos y romanos. Era una religión más antigua que la de estos últimos, y por ello estaba más cerca de la primordial revelación de Dios (Ro. 1:21). En teoría hablaban de un solo dios: «el único viviente en sustancia», y «la única sustancia eterna», y aunque hablan de dos, «padre e hijo», como algunos interpretan, con todo ello no destruían la unidad de su dios, «el uno en uno». A partir de ello trataban sus atributos como dioses separados; también tenían otros dioses adicionales, desde el gato al cocodrilo, que eran considerados como símbolos de sus dioses. El toro Apis representaba al dios Osiris; el toro era seleccionado con gran cuidado, y era guardado rigurosamente. Se supone que fue el recuerdo de este Apis lo que hizo que los israelitas eligieran la forma de un becerro para su ídolo de oro; en Ez. 20:6-8 vemos que Israel había caído en la idolatría en Egipto.
Los egipcios creían en un estado futuro. En una ilustración vemos como el corazón de un difunto está siendo pesado frente a una figura de la diosa de la verdad. Dos dioses estaban a cargo de la operación de pesado. A la derecha tenemos al difunto con las manos levantadas, introducido por dos diosas. El dios con cabeza de ibis tiene una tableta en la mano, y está registrando el resultado. A su lado está el dios Tifon, como acusador, exigiendo el castigo del muerto. Osiris es el juez presidente, con el cayado y el látigo. Si el juicio era favorable el alma pasaba a otras escenas; si no, pasaba a algún animal inferior. La concepción que tenían del más allá estaba muy desarrollada, y hacían grandes esfuerzos para asegurar a los difuntos las ventajas de la vida futura.
Osiris, dios del Nilo, era considerado como el dios de la fecundidad; era también el dios de las profundidades infernales, en virtud de lo cual era el juez de las almas. Ra, el dios solar, era adorado en Heliópolis (On).
Amón, dios de Tebas, participó en la exaltación de esta ciudad, de la que vino a ser su divinidad principal; finalmente quedó identificado con Ra, viniendo a ser Amón-Ra.
En Hermópolis era adorada la luna, la divinidad medidora del tiempo, protectora de los matemáticos, de los escribas, de los sabios.
Ptah, dios de Memfis, era el «gran patrón de los artesanos».
Había dioses con cuerpos humanos y cabezas de animales, como los que vemos en la ilustración. Anubis, el guía de los muertos, tenía una cabeza de chacal; Tot, el dios escriba, una cabeza de ibis.
El desarrollo del imperio suscitó a la larga la idea de un dios nacional, que halló su expresión bajo Akenatón. Durante un breve período, se trató de mantener la diferencia entre Atón y el disco solar y a imponer una especie de monoteísmo solar, pero esta moda fue de corta duración. A pesar de todas las deformaciones animistas, junto a su culto a las fuerzas de la naturaleza, tenían ideas muy limpias acerca de la conducta de la vida, el pecado, la justificación, la inmortalidad, e incluso, como ya se ha indicado, un cierto conocimiento de Dios.
V - Lenguaje
El lenguaje egipcio tiene una historia filológica extraordinariamente prolongada. Los documentos más antiguos proceden de la primera dinastía. Esta lengua se perpetuó sin interrupciones, bajo diferentes formas escritas, hasta el copto, que proviene directamente del egipcio antiguo, y que dejó de ser una lengua viva en el siglo XVI d.C. El egipcio se clasifica dentro del grupo de las lenguas camitas pero, al estar próximo a las lenguas semitas (más que el cusita o etiópico), se le puede denominar semitocamita. En efecto, en la actualidad se admite generalmente que las lenguas camitas y semíticas son de un mismo origen. Aquí se puede distinguir esquemáticamente entre las siguientes etapas lingüísticas:
(A) De la primera dinastía a la octava, el egipcio antiguo, que comprende la lengua de los textos descubiertos en las pirámides.
(B) El egipcio medio, lengua literaria de las dinastías novena a decimoctava, y que vino a ser el egipcio clásico.
(C) El egipcio tardío de las dinastías decimoctava a vigesimocuarta; se halla sobre todo en los documentos comerciales y en cartas privadas, así como también en algunas obras literarias.
(D) El demótico, escrito en caracteres populares de la dinastía vigesimoquinta hasta la época romana posterior (del 700 a.C. al 470 d.C.).
(E) El copto, hablado desde el siglo III de nuestra era por los descendientes cristianos de los antiguos egipcios. La Biblia ha sido traducida a diversos dialectos coptos; uno de ellos, el bohairico, sigue siendo empleado en la liturgia.
Al principio, los egipcios se servían de jeroglíficos: Estos eran principalmente representaciones de objetos, de aves, animales, plantas, útiles y diversos símbolos con formas geométricas.
Se distinguen dos tipos de jeroglíficos:
(A) Los ideogramas, signos que representan los objetos o que expresan ideas que van estrechamente relacionadas con ellos.
(B) Símbolos fonéticos; originalmente se trataba asimismo de ideogramas, y siguieron siendo usados como tales, incluso después que vinieron a ser utilizados como símbolos de sonidos. La combinación de estos signos da un nuevo término, susceptible de carecer de relación alguna con el sentido de los jeroglíficos originales.
Ya alrededor del año 2.000 a.C. los egipcios habían elaborado 24 letras que se correspondían con las consonantes y que formaban la base de un alfabeto que solamente se empleaba como complemento de los jeroglíficos; no se usaban vocales. Sin embargo, los jeroglíficos fueron conservados como base de la escritura; se les sigue hallando incluso en el inicio de la era cristiana.
Los escribas habían comenzado ya, bajo el Imperio Antiguo, a simplificar los dibujos a fin de poder escribir con mayor rapidez: así es como nació la escritura hierática, empleada siempre que no era necesaria la ornamentación. Desde alrededor del siglo VIII a.C. se usó la escritura popular o demótico, que facilitaba las relaciones sociales y comerciales; era una forma cursiva de la escritura hierática. Después de la expansión del cristianismo se perdió la capacidad de leer los antiguos caracteres egipcios, que permanecieron largo tiempo como enigmas. En 1799, los soldados de Napoleón hallaron en Rosetta una piedra de basalto negro escrita con caracteres jeroglíficos, demóticos, y griegos. Se trataba de un edicto del año 196 a.C. en honor a Ptolomeo Epifanio. Esta piedra de Rosetta, que se ha hecho célebre como clave que permitió descifrar los escritos egipcios, se halla en el Museo Británico. Otra inscripción en caracteres jeroglíficos, relativa a Ptolomeo Fisicon y a dos Cleopatras, fue descubierta en 1815 en Filae. Su minucioso estudio hizo avanzar el desciframiento de los jeroglíficos, y el francés M. Champollion lo consiguió totalmente en 1822.
VI- La estancia de los israelitas en Egipto.
1. La ida a Egipto se puede fechar indistintamente, en base a la cronología, según se tome un tiempo de estancia de 215 años en Egipto, o de 430 años (ver a continuación, en el apartado (c), Duración de la estancia). Así, podría tomarse la fecha como alrededor del año 1.875 a.C., por una parte, o de 1.660 a.C. Ya Abraham, en una época de hambre, había buscado refugio en este país (Gn. 12:10-20). Jacob y sus hijos hicieron lo mismo en circunstancias análogas. El total de personas que fueron a Egipto fue de 70 (Gn. 46:27; Éx. 1:5; Dt. 10:22) o 75 según la versión griega (LXX). Esta cantidad se obtiene al añadir a la cifra de Gn. 46:27 los 3 nietos y 2 biznietos de José nombrados en Nm. 26:29, 35 ss. José, elevado por Faraón al segundo lugar del reino, apremió a su padre y familia a que fueran a instalarse provisionalmente con él (Gn. 45:9-11; 47:4, 29, 30: 48:21; 50:24). Israel y su clan se establecieron con sus rebaños y manadas en la fértil región de Gosén, y allí permanecieron hasta el éxodo (Gn. 47:6, 11; Éx. 8:22; 9:26; 12:37).
2. La estancia en Egipto: impronta en la conciencia nacional. La ida de Jacob y de su familia a Egipto, su multiplicación allí, su esclavización, sus sufrimientos y su éxodo colectivo han quedado consignados en sus documentos históricos (Gn. 46:4, 28-34; 47:27; Éx. 1:9, 11, 15-22; 2:11; 12:31-37; 13:21). La fiesta de la Pascua y, en menor grado, la de los tabernáculos, dan testimonio de estos sucesos, y mantienen vivo su recuerdo en el seno del pueblo. Los salmistas y los profetas consideraron como hechos históricos experimentados por la nación tanto su estancia en Egipto como el éxodo. En cuanto a nosotros, la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación de aquel horno de aflicción son una permanente ilustración de la opresión de la Iglesia en el mundo así como el poder redentor del amor de Dios. Esta tradición no concierne solamente a una sola tribu de entre los hebreos que, a solas, hubiera sufrido esta esclavitud en Egipto. La aflicción de la esclavitud no tocó solamente a Judá, sino también a Efraín. Los profetas de los dos reinos dan testimonio de ello: en Judá, Isaías, Miqueas y Jeremías (Is. 11:16; Mi. 6:4; 7:15; Jer. 2:6; 7:22); en el reino de Samaria, Oseas y Amós (Os. 2:16; 8:13; 9:3; 11:1; 12:10, 14; Am. 2:10; 3:1; 9:7). Todo Israel poseía un origen y una tradición común: todo el pueblo había sufrido la opresión en la tierra de Egipto.
3. Duración de la estancia en Egipto.
Dios había anunciado a Abraham: «Tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años... y en la cuarta generación volverán acá» (Gn. 15:13-16). Esta profecía es citada por Esteban en Hch. 7:6. Por su parte, Moisés afirma que «el tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años» (Éx. 12:40). En cambio Pablo escribe a los gálatas que la ley fue dada a Israel 430 años después de la promesa dada a Abraham (Gá. 3:16, 17) ¿Cómo se pueden comprender estas declaraciones? En primer lugar, es evidente que la profecía de Génesis usa números redondos cuando habla de cuatro siglos. Es evidente que se refiere a los 430 años. Por otra parte, las cuatro generaciones se refieren a la época de servidumbre en Egipto. La evidencia dada por Pablo (Gá. 3:16-17) llevaría a la conclusión de que Josefo está en lo cierto cuando dice (Ant. 2:9, 1) que el tiempo que estuvieron los hijos de Israel en Egipto fue de 215 años, correspondiendo los otros 215 años a la estancia en el país de Canaán. La LXX, en su versión de Éx. 12:40, traduce: «el tiempo de peregrinación de los hijos y sus padres, que peregrinaron en la tierra de Canaán y en la tierra de Egipto, fue cuatrocientos treinta años». Pudiera ser aquí que el texto masorético dé una lectura mal transmitida, y la LXX la genuina. El testimonio de Josefo, así como el gran peso de la afirmación de Pablo, hacen llegar a la conclusión de que ésta es la única posible interpretación de los cuatrocientos años. De la aflicción en Egipto, los descendientes iban a ser rescatados en la cuarta generación. Esta liberación en la cuarta generación no sería coherente con 430 años, pero sí con 215. La promesa es también coherente con que la liberación implicara la presencia de una buena representación de esta cuarta generación, con la quinta ya bien representada. También la tradición rabínica mantenía esta postura acerca de la duración de la estancia de los hijos de Israel en Egipto.
4. La multiplicación de los israelitas durante su estancia en Egipto. Según Éxodo, 70 personas llegaron a Egipto, y unos 215 años más tarde el pueblo contaba con 603.550 hombres en edad de llevar armas (Nm. 1:1-2, 46). Hay quien ha puesto en tela de juicio una multiplicación tan rápida. ¿Qué podemos decir a esto? Al contar estrictamente entre las 70 personas las de los nietos de Jacob que fundaron familias (además de los levitas), se llega a una cifra de 41. Si se admiten seis generaciones durante 215 años (la primera, las cuatro generaciones oprimidas, y la quinta, salida de Egipto junto con la cuarta), de los 41 cabezas de familia tendríamos una descendencia de 640.625 varones en la sexta generación (quinta de la opresión), aparte de todos los supervivientes de la quinta generación (cuarta de la opresión), contando que hubiera habido una descendencia de cinco hijos varones por cada familia y generación. No debemos juzgar esto con anteojos occidentales, sino observarlo a la luz de las costumbres orientales. Ésta es una cifra totalmente factible, e incluso superable. Con todo esto, además, no se cuenta el hecho de los numerosos servidores del patriarca y de su familia (Gn. 30:43; 32:5; 45:10); estando todos ellos circuncidados, gozarían de todos los privilegios religiosos (Éx. 12:44, 48-49, etc.). Además, el casamiento con servidores no era considerado como algo que rebajara a nadie (Gn. 16:1-2; 30:4-9; Nm. 12:1; 1 Cr. 2:34-35).
5. Cambio de actividad durante la estancia en Egipto. Cuando los israelitas se establecieron en el país de Gosén, formaron una pequeña tribu de hombres libres, dedicados al pastoreo. Después de la muerte de José y de los de su generación, transcurrió un tiempo en que los hijos de Israel se multiplicaron, «se llenó de ellos la tierra» (Éx. 1:7). Entonces se levantó un faraón «que no conocía a José» (Éx. 1:6-8). Dándose cuenta de que la cantidad de los israelitas aumentaba incesantemente, vino a temer que se aliaran con los enemigos de los egipcios, tomando por ello medidas destinadas a someterlos y a impedir su multiplicación. Puso sobre ellos a capataces que les impusieron duros trabajos: labores agrícolas, fabricación de ladrillos, construcción (Éx. 1:11, 14; 5:6-8). Los israelitas debían además conseguir su propio sustento, al menos en cierta medida, con la cría de ganado (Éx. 9:4, 6; 10:9, 24:12:38).
6. Los milagros de Moisés al final de la estancia en Egipto. La opresión duró mucho tiempo, y los últimos 80 años, como mínimo, de esta opresión, incluyeron la orden de la eliminación de los hijos varones recién nacidos (Éx. 7:7; cp. Éx. 2:2). El clamor de ellos llegó a Dios, que les envió a Moisés con la misión de liberarles (Éx. 2:23). Le encomendó la misión de llevar a cabo unos milagros de un poder hasta entonces no oído (Sal. 78:12, 43). Señales destinadas a atraer la atención. Estas señales acreditaban a Moisés como embajador de Dios ante los israelitas (Éx. 4:8, 9, 30, 31; 6:7) y ante Faraón (Éx. 3:20; 4:21; 7:3-5; 8:22, 23). Se trató de manifestaciones de autoridad, no de meros fenómenos naturales. Cada uno de estos milagros tenía un fin preciso, demostrando que no se trataba de fuerzas desencadenadas de la naturaleza. Por mucho que las 9 primeras plagas pudieran asimilarse a fenómenos naturales, Dios las controló y las usó para sus designios. Las plagas aparecieron en un cortejo consecutivo; existe una relación lógica, pero no de causa y efecto, entre cada plaga y la siguiente. Son graduales y demuestran a Faraón, desde el comienzo, que la autoridad de Moisés es de origen divino. Por otra parte, no infligen a los egipcios sufrimientos inútiles. Después que Faraón rehúsa dejar salir a los hebreos, las plagas se hacen más y más gravosas, obligándole al fin a capitular a pesar de su corazón endurecido.
(a) Además, una diferencia sobrenatural quedó marcada entre el pueblo de Dios y los egipcios (Éx. 8:22, 23; 9:4, 25, 26; 10:22, 23; 11:5-7; y cp. Éx. 9:11; 10:6).
(b) Una epidemia hubiera podido dejar sin vida, en una sola noche, a una gran cantidad de egipcios, pero la décima plaga actuó metódicamente y no puede en manera alguna explicarse como un mero fenómeno natural. Se trató de una acción directa de Dios, no de muertes fortuitas, ya que sólo murió el primogénito de cada familia egipcia. Estas señales prodigiosas constituyen el primer grupo de milagros registrados en las Escrituras. (Véanse ÉXODO, PLAGAS DE EGIPTO).
7. Relaciones entre Israel y Egipto después del éxodo. Después de un período de silencio, en el que Egipto no aparece en las páginas de las Escrituras (véase HICSOS), Salomón se casa con una princesa egipcia (1 R. 3:1). Durante el reinado de Roboam, el reino de Judá y el de Israel fueron vencidos y despojados por Sisac (1 R. 14:24-26), hecho confirmado por la arqueología. Las cartas de Tell el-Amarna, aunque generalmente han sido situadas en una época muy temprana, parecen pertenecer, en base a estudios rigurosos, dentro de la época de Josafat y reyes posteriores (ver AMARNA). En estas cartas se solicita el apoyo de Faraón contra las bandas de Siria y otras naciones, que devastaban el país. Al ceñirse sobre Judá el peligro de las invasiones, los profetas exhortaron repetidamente a Israel que se abstuviera de alianzas con Egipto (Is. 30:1-3, 7; 31:1-3; Jer. 2:18; Ez. 17:17; 29:2-3, 6-7). Después de la caída de Jerusalén y el asesinato de Gedalías, Jeremías fue llevado muy a su pesar a Egipto por los que temían la cólera de Nabucodonosor (Jer. 42-43). Más tarde, después de las conquistas y muerte de Alejandro Magno, numerosos judíos se establecieron en Egipto, siendo tratados favorablemente por los Ptolomeos.
Bibliografía:
Courville, D. A.: «The Exodus Problem and its Ramifications» (Challenge Books, Loma Linda, California, 1971);
Velikovsky, I.: «Ages in Chaos» (Doubleday, Garden City, New York, 1952).