(forma griega de un nombre hebreo compuesto de tres términos. Significa «Dios con nosotros»).
Nombre aplicado a Cristo por Mateo (Mt. 1:20-23) según la profecía de Is. 7:14. Se relaciona con el nacimiento milagroso y la unión en la persona del Salvador de las dos naturalezas, divina y humana. (Véase VIRGEN).
Al ser atacado Acaz, rey de Judá, por Rezín, rey de Siria y por Peka, rey de Israel, Isaías fue enviado a decirle que se aquietara y no temiera. Jehová dijo entonces a Acaz que pidiera una señal, tanto en lo alto como en lo profundo; pero Acaz rehusó pedirla. Por ello el Señor le dio la siguiente señal: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno» (Is. 7:14,15).
Se ha presentado la cuestión de cómo podía ser esto una señal a Acaz, siendo que este suceso no tuvo lugar sino hasta siglos después. El anuncio profético del nacimiento de este niño era la evidencia presente a la fe de que, fueran las que fueran las combinaciones que llevaran a cabo los hombres, el remanente podía contar con Dios (cp. Is. 8:9, 10, donde dice: «Dios está con nosotros»). Se debería señalar que hay dos niños proféticos. uno «Sear-jasub» (Is. 7:3), figurativo del remanente (este nombre significa «un remanente retorna»), y Emanuel; así la profecía prosigue: «porque antes de que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú temes será abandonada» (Is. 7:16). En el versículo 3 de este capítulo se le ordenaba a Isaías que, al ir a encontrar a Acaz, llevara consigo a su simbólico hijo Sear-jasub («un remanente retorna»). Es indudable que el versículo 16 se refiere a Sear-jasub; y antes de que este niño hubiera llegado a la madurez, Peka habría sido muerto por Oseas, y Damasco tomada y Rezín muerto por el rey de Asiria (2 R. 15:30; 16:9).
Puede parecer extraño que no haya interrupción entre el versículo 15 y el 16 de Is. 7, ya que el primero se refiere a Emanuel, y el segundo a Sear-jasub; pero estas abruptas transiciones no son raras en las escrituras proféticas. En las profecías el futuro está a menudo estrechamente asociado con los acontecimientos presentes. En Is. 8:8 se predice que el ala del rey de Asiria llenaría la tierra, la tierra de Emanuel, lo cual tuvo lugar poco después, y constituye una premonición y un tipo de los ataques de los asirios en los días postreros.
En el NT tenemos el cumplimiento de la profecía anterior. La virgen María concibió y dio a luz a su Hijo. Su nombre fue Jesús, y también Emanuel, «Dios con nosotros», mostrando que Él era Dios, y vino a ser hombre (Mt. 1:23).