La primera mención de escritura en la Biblia aparece con ocasión de la derrota de Amalec (Éx. 17:14). Moisés había sido instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y en todos sus antiguos monumentos hallamos escritura.
Otras menciones dan también evidencia de un antiquísimo uso de la escritura.
Los aztecas registraban sus leyes, ritos, y tenían un complejo sistema de cronología.
Los escritos mejicanos parecen una colección de dibujos.
Los chinos, que afirman haber tenido la escritura desde tiempo inmemorial, con genealogías innumerables, guardan sus registros en sus 80.000 caracteres, para los que tienen 214 radicales.
Tanto el relato como el libro de Job son considerados como de suma antigüedad. Allí se habla no sólo de escritura, sino de un libro:
«¡Quién me diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién me diese que se inscribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre!» (Jb. 19:23, 24). Esto último se refiere a esculpir sus palabras en una roca, y rellenarlas con plomo.
La escritura sobre piedra se practicaba en el antiguo Egipto. Un ejemplo es el obelisco de Cleopatra, ahora en Londres. Notable fue el descubrimiento de la piedra de Rosetta. El hecho de tener escrito el mismo texto en egipcio, demótico y griego posibilitó el descifrado de los jeroglíficos egipcios.
Los registros escritos más antiguos hasta ahora descubiertos se hallaron en Uruk, al sur de Babilonia. Allí se hallaron unos sellos cilíndricos, y tabletas de arcilla escritas con ideogramas cuneiformes.
Los semitas babilónicos, herederos de la cultura sumeria, adoptaron la escritura cuneiforme (de «cunneus», latín, especie de estilete con el que se hacían marcas sobre tabletas de arcilla húmeda). Las excavaciones efectuadas en Mesopotamia han sacado a la luz innumerables tabletas de arcilla cocida escritas de esta forma. Las tabletas de Tell el-Amarna, en número de trescientas, demuestran que se empleaban también en Egipto para las relaciones diplomáticas (ver AMARNA).
Otros descubrimientos de gran importancia han sido los de Ras Shamra en Ugarit, al norte de Siria (1929-1937) y los de Ebla, en Tell Mardikh (1964-1973). En el de Ebla se han hallado las tabletas escritas con un alfabeto «protohebreo» anterior a Abraham (véanse ABRAHAM, última sección, y CREACIÓN). Por otra parte, F. Petrie descubrió, a principios de siglo, documentos escritos en alfabeto protosemítico que se remontan al siglo XV a.C., en la península del Sinaí, en Serabit el Kadem. Que se hallaran en el mismo país donde Moisés recibió la orden de escribir no deja de ser un dato sumamente significativo.
Los israelitas pudieron haber tenido al principio un sistema de jeroglíficos. Todos los alfabetos han sido relacionados por Gesenio con el fenicio. Se afirma generalmente que el alfabeto fenicio se derivó del hierático egipcio. Del fenicio se derivaron el alfabeto hebreo arcaico, de éste el samaritano, y luego el moderno hebreo cuadrado.
Sin embargo, esta conexión es puesta por otros en tela de juicio. El doctor Poole, escribiendo en anteriores ediciones de la Enciclopedia Británica, decía que si el alfabeto fenicio se hubiera derivado del egipcio, sus nombres describirían los signos originales. En cambio, «alef» significa un buey, no un águila; «bet», una casa, no un pájaro; «guímel», un camello, no un cesto. No se halla ninguna coincidencia entre ambos.
Se puede señalar que el mismo Dios escribió los Diez Mandamientos en las piedras que Él entregó a Moisés. En las «diez palabras» se halla todo el alfabeto hebreo, a excepción de la letra «tet».
La escritura es una actividad tan abstracta que no se ha sabido de ningún pueblo en estado de barbarie que diera inicio a ningún sistema de escritura sin haber visto muestras de este maravilloso arte. Es bien conocido el caso de un misionero que una vez escribió en un trozo de madera el nombre de un utensilio que necesitaba, y se lo dio a un jefe, pidiéndole que lo llevara a su mujer. El hombre le preguntó qué le tenía que decir. No le tenía que decir nada: sólo llevarle la madera. Se la llevó, y quedó asombrado cuando la esposa del misionero tiró el trozo de madera, y le dio la herramienta. Estaba más allá de su capacidad de comprensión que unas marcas en un trozo de madera pudieran ser portadoras de un mensaje. Era para él un profundo misterio: colgó el trozo de madera alrededor de su cuello, y contaba frecuentemente la maravilla que había hecho.
Pero nosotros estamos tan familiarizados con la escritura que no consideramos que se trate de nada misterioso. Sin embargo, hay cosas muy profundas implicadas en ella. Nuestros pensamientos tienen que ser expresados en palabras, nuestras palabras están compuestas de fonemas. Cada uno de estos fonemas, en el sistema alfabético, está representado por una o más letras. Éstas traen a la mente el mismo sonido, la misma palabra al ser encadenadas rápidamente en el proceso de lectura, lo que lleva a la mente del que lee los mismos pensamientos que pasaban por la mente del escritor. ¿No se trata la escritura de un don maravilloso de Dios?
(Véase también ALFABETO.)