Los había de dos clases: el pequeño, redondo o bien ovalado («magen»: Pr. 6:11; 1 S. 17:7, 41; 1 R. 10:16; etc.), y el grande, alargado («sinna»), que al hombre bien armado le servía para la lucha cuerpo a cuerpo. Este escudo grande tenía también aplicaciones de oro, y servía igualmente como pieza de adorno o equipo de parada (1 R. 10:16 s.), y podía ser de madera o tejido de caña, recubierto de cuero, untado con aceite (2 S. 1:21; Is. 21:5), a veces también repujado (Jb. 15:26), protegido durante la marcha por una funda (desenfundar el escudo, Is. 22:6).

Las personas distinguidas tenían su escudero (1 S. 17:7, 41).

En el Antiguo Testamento la imagen del escudo (las más de las veces «magen») se aplica frecuentemente a Dios.

En el Nuevo Testamento se habla del escudo de la fe (Ef. 6:16). El creyente lo debe llevar, como lo lleva también Jehová (Sal. 35:2). Sobre esta fe rebotan las flechas incendiadas del diablo.


Elija otra letra: