«casa», «casa paterna».
Era la sociedad más pequeña en el culto, derecho y economía. Los hijos varones casados y su prole pertenecían también a la familia en tanto vivía el padre de familia. El cabeza de familia (el padre, por lo general) era el responsable único del culto religioso (Jue. 17:5), tenía poder judicial (Gn. 42:37) y debía asegurar el porvenir de la familia, a la cual pertenecían también los esclavos y los bienes familiares (cfr. Éx. 20:7). Esta «fuerte» posición de la familia correspondía a los usos de un tiempo en el que una autoridad superior apenas podía ser eficaz. Llevados al temor de que cualquier desajuste de la solidaridad familiar provocara el hundimiento de las mismas bases en las que descansaba la sociedad judía, se intimaba de manera convincente la obediencia a los padres (cfr. Éx. 20:12; 21:15; Dt. 5:16; Lv. 19:3). Y ciertas leyes que hoy nos parecen bárbaras, como las del levirato, no tenían otro fin que defender la familia.
Después de la conquista de Canaán la familia fue perdiendo poco a poco la mayor parte de sus derechos, es decir, le fueron arrebatados por el poder central. En la familia se educaba a los hijos y se les introducía en el culto y en el trabajo profesional (Dt. 6:20 s.; Si. 7:23 ss.; 30:1-30). La familia debía cuidar de sus miembros ancianos y enfermos. El prestigio de una madre de familia crecía con el número de sus hijos. Los libros sapienciales tienen consejos muy atinados y pertinentes en cuanto a las obligaciones de los hijos para con los padres (Pr. 17:1; 19:26; 20:20; 28:24; 31:10-31).
Los principales centros de la vida comunitaria de las primeras iglesias cristianas fueron «casas», cuyos responsables se habían convertido al cristianismo (Hch. 11:24; 16:15, 31-34; Flm. 2). A los cristianos les es licito llamarse familiares de Dios, pues pertenecen a su familia (Ef. 2:19). El Reino de Dios tiene preferencia sobre la familia (Mr. 6:4; 10:29; Mt. 10:37; Lc. 14:26).