Se trata de una breve carta dirigida por Pablo y Timoteo a un rico de Colosas convertido a Cristo.
Su esclavo Onésimo había huido, llevándose consigo posiblemente algo de dinero robado (Flm. 18, 19). Llegado a Roma, Onésimo se convirtió por la predicación del apóstol Pablo (Flm. 10). El apóstol hubiera querido retenerlo para el servicio en la obra, pero no se sentía libre de hacerlo sin el consentimiento de Filemón (Flm. 13, 14). Además, es indudable que Pablo consideraba que Onésimo, convertido a Cristo, tenía que pedir el perdón de su amo. El apóstol deseaba vivamente que Filemón se reconciliara con Onésimo. Así, retorna al esclavo a su dueño, a quien le recomienda que lo reciba como a un hermano bien amado (Flm. 16). Hablando de su afecto hacia el joven converso (Flm. 10, 12), ofrece el reembolso a Filemón de lo que el esclavo le debe (Flm. 18, 19). Esta carta muestra cómo el apóstol usaba el tacto y la cortesía con sus hermanos en la fe; revela también la influencia del naciente cristianismo en las relaciones entre las personas de diferentes clases sociales.
La epístola a Filemón está saturada del espíritu de amor y de justicia que, gracias al Evangelio, se infiltraría en la sociedad. Provisto de esta letra, Onésimo acompañó a Tíquico, portador de la epístola destinada a la iglesia de Colosas (Col. 4:7-9) y de la epístola a la iglesia en Éfeso (Ef. 6:21, 22); fueron tres cartas redactadas en Roma en la misma época (probablemente el año 60 o 61).
La epístola a Filemón se halla en las versiones siríaca y la Vetus Latina; el fragmento de Muratori la menciona, lo mismo que el hereje Marción; Orígenes la cita como de Pablo, Eusebio la sitúa en el grupo de escritos nunca puestos en tela de juicio. Hay por ello una gran abundancia de pruebas de su autenticidad que, además, permiten afirmar la autenticidad de las cartas a los colosenses y a los tesalonicenses, por cuanto fueron redactadas al mismo tiempo que la de Filemón.